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En su nombre la batalla continúa

En su nombre la batalla continúa

Hablar de un amigo que ha muerto es difícil, porque existe siempre el riesgo sutil, y paralizante, que otros crean que todo cuando se dice, se escribe, sea dictado exclusivamente por la ocasión luctuosa. Hablar, escribir, de un joven camarada desaparecido, es todavía más difícil porque en este caso, en un momento en que sentimos la necesidad de todas nuestras fuerzas en la difícil batalla, puede suceder realmente que ha anteponerse por encima de todo sea la emoción, y nada más. Pero hablar de Adriano Romualdi, para mí, para todos los miembros de esta Revista, es todavía indeciblemente más duro porque no sólo Adriano fuera un fiel amigo, fuera joven y fuera un camarada, sino porque su desaparición es una perdida irreparable en términos de rigor ideológico, de compromiso doctrinario, de amplias potencialidades culturales que ya en sus primeras manifestaciones – en estos años–  sin ninguna duda, resaltaban como extremadamente válidas y aún todavía más prometedoras.

 

Adriano había crecido en «nuestras» filas, en nuestro ambiente juvenil, entre fervientes debates durante un periodo políticamente y psicológicamente difícil, en el que nunca hemos parado de difundir ideas e impartir textos, preparando, con bases sólidas, tiempos mejores. Pero, a diferencia de tantos otros, iba más allá de aquello que se emplea para definir correctamente compromiso político –también, cuando era necesario, adoptaba la posición de activista, en las escuelas y en las plazas– Adriano había destacado rápidamente por su soberbia capacidad cultural y, aun más, por la cualidad –verdaderamente rara– de saber estudiar, de profundizar buscando los nexos entre hechos y principios, de mantenerse coherente y lúcidamente conexo a las fuentes de nuestra doctrina y de saber entenderla, al mismo tiempo, como un corpus ideológico orgánico y armoniosamente articulado, como una concepción de la vida y del mundo, algo que se convierte en estilo de vida, coherencia de pensamiento y acción, indispensable faro orientador para cualquier juicio, de hombres, de tesis y de valores. Perfecto conocedor de la lengua alemana, es más auténtico «enamorado» del mundo de la cultura «nórdica», Adriano se había especializado rápidamente en esta para nada fácil dirección y, a pesar de escapar de las insidias del sectarismo académico, empezaba a emerger con connotaciones propias.

 

Otros, en otras páginas, han hablado de su valor específico de estudioso, que nosotros desde hacía años habíamos intuido y casi presagiado, publicando sus primeros escritos y, en su momento oportuno, recientemente, su obra sobre el pensamiento nietzschiano. En cualquier caso, si no hubiese tenido una auténtica talla de estudioso, de preparado historiador, de periodista que sabía también como ser extremadamente desenvuelto y polémico, uno que piensa como pensaba Adriano –y no mantenía en secreto sus ideas– no habría llegado, con sólo treintaitrés años, en esta Italia llena de mafias culturales encarnizadas sobre todo en la enseñanza, no habría llegado, como decía, a llegar a ser docente de Historia contemporánea en la universidad de Palermo y docente en la de Roma. Ni ha tener una tan nutrida «relación» de escritos, ensayos, opúsculos, libros a los que hay que adjuntar los textos de decenas y decenas de conferencias realizadas (recordamos personalmente algunas, bellísimas y ricas de «contenidos» ideológicos y doctrinarios, tenidas en la sede de nuestro Centro del Libro, sobretodo durante los cursos de cultura política, a cuya formulación Adriano aportaba indicaciones y sugerencias insustituibles).

 

A los trabajos de «especialización», con los que congeniaba especialmente – y que encontraron su forma de expresión inicialmente con la tesina de licenciatura (máxima puntuación, matrícula de honor y publicación del texto; relator, el profesor Renzo De Felice) sobre «los movimientos de Destra en Alemania durante el periodo 1919-1933»; luego con la vasta, documentada, e incluso docta introducción a la obra de H.F.K. Gunther sobre «la religiosidad indoeuropea», traducida por él al italiano y que en breve tiempo se habría reflejado en la «Historia de las doctrinas del nacionalismo alemán», a la que se estaba dedicando en estos últimos meses, Adriano sostenía  -y no en posición subalterna si no intensamente vivida en términos de coherente contenido doctrinario – una serie de actuaciones más específicamente de tipo político. Y es debido a éstas que gran parte de nuestros jóvenes es deudor del cada vez más difundido conocimiento de algunos autores y pensadores que entran a formar parte del indispensable «armamento» de una lucha política que quiera ser auténtica y creativamente nuestra: desde Drieu La Rochelle a Brasillach y Spengler y sobre todo a Julius Evola. De este auténtico Maestro en el sentido clásico y tradicional de la palabra, de este «arquetipo» de todo el movimiento de contestación espiritual de la Destra revolucionaria, Adriano nos ha dejado – en la acertadísima, incluso tipográfica y editorialmente, «Colección Europa», por el fundada y dirigida – el hasta ahora, único perfil completo  editado en Italia y también fuera de Italia.

 

¿Que más podemos recordar? Los artículos y ensayos en  «l’Italiano», naturalmente; y no solamente aquellos culturalmente de mayor calidad si no también los escritos relativos a las batallas «desesperadas» de la última fase de la guerra en el frente oriental, del gigantesco conflicto de Kursk en el Óder a las llameantes ruinas de Berlín. Esta última fase del gigantesco conflicto era una «época» que había siempre fascinado Adriano. El, desde muy joven, desde cuando frecuentaba nuestras primeras conversaciones y «evocaciones», en ellas veía,  de ellas recogía plenamente algunas particularidades distintivas completamente «emblemáticas»: el expansivo resurgimiento de Asia, que traslucía en la inmensa marea de la Armada Roja que nada ni nadie eran ya capaces de detener, y –por la otra parte haciendo frente, igualmente claro, igualmente simbólico– el reencuentro «europeo», más allá de los limitados esquemas nacionalistas y casi chauvinistas que habían caracterizado toda la primera parte de la «política de guerra del Eje» y que se habían manifestado al final con «los leones muertos», según el título de una estupenda novela basada en una historia «verdadera» de Saint-Paulien, de los últimos defensores de la Cancillería, que no habían sido alemanes si no franceses, daneses, noruegos, belgas. En muchas ocasiones le habíamos insistido sobre la necesidad que «dedicase» - con su rigor de estudioso con temperamento que era una de sus más solidas características –precisamente, un profundo análisis de cuanto existía de históricamente interesante en aquel periodo, para regalarnos un trabajo de recopilación  hasta entonces inexistente– y que quizás, ahora, nunca tendremos para siempre – en nuestra cultura.

 

Y también los artículos, los ensayos, los escritos en nuestras Revistas, en «Ordine Nuovo» inicialmente y ahora en «Civiltà». Nuestros lectores ya los conocen, han tenido ocasión como nosotros, de valorar y apreciar su trabajo, pero es justo que sepan que su «colaboración» no era una colaboración cualquiera; era mucho más que eso; era un recorrer juntos sobre una infinidad de líneas de alto nivel cultural y doctrinario, era un continuo y constante intercambio mutuo de consejos sobre argumentos varios, historiográficos e ideológicos, que no siempre encontraron una manera de poder expresar en nuestras «modestas» publicaciones que salen cuando pueden y van adelante caminando sobre el hilo de la promesa dada a algún tipógrafo amigo, cuando estos se encuentran.

 

¿Que más se puede decir?

Añadir  ahora otras cosas que podríamos, aquí, recordar, pocos entenderían la esencia, el sentido, el significado interior. De las calurosas discusiones y apasionados debates, de los excursus intelectuales de todos estos años, de la polémicas sobre la «cultura de destra», sobre temas entorno al clasicismo y al romanticismo, sobre el corporativismo y toda su imponente problemática; se hablaba de todo, se abarcaban todos los temas, de la actualidad sociológica a los símbolos antiguos, de las costumbres modernas al «Kaly-yuga», a los tiempos oscuros vaticinados por los Textos tradicionales; del Oriente Medio a los orígenes indo-europeos. De todo y sobre todo, pero nunca de forma genérica; Adriano, cuando polemizaba, no era un interlocutor «fácil»; detrás de su aspecto juvenil despuntaban inmediatamente las garras y las punzadas del versadísimo docente universitario, y con el se debía pensar detalladamente hasta la última coma, cada fecha y aventurarse, si era necesario, a una lucha dialéctica de alto nivel. Pero, por suerte, casi siempre estábamos de acuerdo.

 

Hablando entre nosotros cuando nos llego la noticia de la muerte –nos dejó fulminados, además estábamos lejos, era ya irreparablemente tarde para poder darle el último saludo– alguien hizo la observación que era verdaderamente una broma del destino que precisamente alguien como Adriano hubiese muerto atrapado entre el ruido chirriantemente modernista de la chapa de un coche, mientras a pocos metros de distancia, insensible, se escuchaban los frenéticos clácsones de la caravana de agosto. Nos hace recordar aquellos versos, bellos y sarcásticos, de una canción de Leo Valeriano acerca del «morir en la autopista». La vida tiene estas contradicciones, concebimos nuestras vidas, siendo un poco como los exiliados, como los prófugos, los proscritos de «este» mundo y de este sistema, y todavía debemos vivir en el, teniendo que ser hombres de nuestro tiempo, para poder cambiarlo, renovarlo.

 

Pero es necesario siempre ir más allá de la primeras apariencias. Entre la ropa de Adriano, han encontrado un billete de ingreso para Ostia Antigua. ¿Quién va en las excavaciones – abandonadas, poco atendidas, descuidadas – de Ostia Antigua, en pleno agosto? Adriano iba, entre aquellas viejas piedras rezuman símbolos y enseñanzas, aunque si era en pleno agosto; de la misma manera que iba, en Alemania, por castillos y iglesias antiguas, medievales, góticas, en búsqueda de las fuentes comunes de esa «europeidad» a la que siempre hacia mención,  y que siempre nos recordaba.

 

Es una dura pérdida, sí; una irreparable pérdida. El padre y la madre de Adriano, todos sus parientes tan atrozmente afectados, deben saber que su dolor ha sido nuestro dolor. Pero sabemos, también que el nuestro, no es el banal recuerdo al que el trascurso del tiempo elimina inevitablemente las asperezas y las formas; nosotros consideramos Adriano como un camarada caído sobre nuestra trinchera ideológica. También en su nombre, a través de todos nosotros, la batalla continua.

 

 

Pino Rauti                         

Publicado en la revista “La civiltà nº 2” septiembre-octubre 1973

 

En memoria de Adriano

En memoria de Adriano

Eran casi las 22 horas del domingo 11 de agosto de 1973. Alrededor de veinticuatro horas después del accidente automovilistico en el que se vio involucrado, Adriano Romualdi expiraba en su lecho del hospital San Camilo de Roma. Menos de un año después desaparecería su principal maestro, Julius Evola: toda la cultura de Destra habría perdido así, en el veloz transcurso de tres estaciones, sus dos principales puntos de referencia. Desde entonces, los jóvenes de Derecha se vieron obligados a estudiar en la biblioteca del horfanato cultural.
Sonará extraño, pero cuando murió en aquel agosto del 73, Adriano Romualdi tenía solo 32 años. Su obra cultural estaba en sus inicios, pero había producido páginas de tal lucidez y rigor que se podía presagiar con total claridad el baluarte que aquella joven mente habría constituido para toda una cultura política y espiritual. La dureza del tono, la inexorabilidad de la lógica, el coraje de las afirmaciones  y la exposición brillante hacían de su prosa un modelo de claridad. Un joven a quien suerte, númenes y hamingja habían dotado de un talento extraordinario, capaz de afrontar con competencia y rigor intelectual temas muy diversos entre sí, animado por un fuego interior inextinguible, y un joven que sobretodo había empeñado estos extraordinario medios en la "verdadera batalla
 
Alberto Lombardo, prólogo a "Las ültimas horas de Europa". A.Romualdi. Ed.Identidad, Valencia 2008
 

Un recuerdo de Adriano

Un recuerdo de Adriano





CIVILTÀ núm. 2 – septiembre-octubre 1973
Era el mes de noviembre del 55. Había recibido del entonces Presidente de la sección romana de «Giovane Italia» el encargo de ocuparme de las afiliaciones. Una tarde el hombre de confianza del instituto clásico de segunda enseñanza Giulio Cesare, se presentó en la sede acompañado de dos muchachos jovencísimos, que querían afiliarse.
Les entregué los formularios de adhesión y los dos jóvenes, conscientes del acto que estaban cumpliendo, lo compilaron en silencio.
Leí los nombres: «Alfredo De Marzio» uno, «Adriano Romualdi» el otro.
De esta manera conocí Adriano.
En las semanas que precedieron nos dimos cuenta todos que no estábamos tratando con  los habituales «hijos de papa» y que el aire de suficiencia con el que nosotros los «estudiantes de bachillerato» acogíamos a los «chavales» del instituto de segunda enseñanza estaba, en este caso, absolutamente fuera de lugar.
Adriano, que entonces contaba la edad de quince años, se encargó del periódico del Instituto. Se llamaba Creer la hoja informativa de en el «Giovane Italia» en el Guilio Cesare y fue un instrumento de presencia política serio, comprometido y valiente, que en pocos meses monopolizó la totalidad del ambiente estudiantil, de aquel importante instituto de la Capital.
Contemporáneamente, del casi cotidiano contacto entre el centro y los núcleos de instituto, nació con Adriano una sólida amistad que habría durado ininterrumpidamente hasta aquel desventurado 12 de agosto del 73.
De cuanto lo que nos ha dejado Adriano, todos, necesariamente, hemos recordado la figura y la función de auténtico exponente de la cultura de Destra. Era ciertamente un intelectual, en el sentido más noble y vasto de la palabra.
No existía ensayo, artículo, conferencia de Adriano Romualdi de la cual no fuera posible recoger, junto a una verdadera mina de datos, de referencias, de apropiadas citas, un continuo algo más, que manaba directamente de él, y que transformaba aquel ensayo, aquel artículo, aquella conferencia en una semilla, político y cultural al mismo tiempo, lanzada en el corazón de quien leía o de quien escuchaba y que Adriano deseaba íntimamente que germinara.
En este sentido Adriano era un Maestro. Porque suscitaba el interés, movilizaba las pasiones, estremecía la inteligencia.  
No me corresponde a mí, desde este púlpito (y no estaría a la altura) recordar Adriano Romualdi como docente universitario, historiador, ensayista, escritor político de renombre y ampliamente apreciado.
Yo quiero desde aquí recordar que Adriano se sentía íntimamente, profundamente un «legionario».
Era, personalmente, un valiente.
Los enfrentamientos con los grupos subversivos frente a las escuelas romanas, las manifestaciones estudiantiles en recuerdo de la invasión de Hungría en el 56, las sucesivas luchas en la Universidad, vieron a menudo, un protagonista sereno y determinado, Adriano Romualdi.
Entre los muchos, quiero recordar un episodio, sucedido en la Universidad romana, del que fui testigo.
Era en el año 59 o en 60 no lo recuerdo bien. En la facultad de derecho una mañana llega un camarada y nos dice que en Físicas, los comunistas, después de haber agredido a uno de los nuestros, están distribuyendo octavillas con las que invitan a los estudiantes a «expulsar a los fascistas de la Universidad».
Un grupo de siete u ocho nos dirigimos hacia la facultad de Física. Estamos indecisos sobre la acción a seguir.
Delante a la facultad de Letras se encuentra Adriano. Dos palabras a modo introductivo; guarda las gafas y se une a nosotros.
Llegados al lugar de encuentro, nos dimos cuenta que la relación numérica estaba claramente en contra nuestra.
Nos sobrevino un momento de incerteza.
Adriano, tranquilo, con su calma habitual de siempre, nos dice en voz baja: «llegados a este punto, ya estamos aquí: ¡vamos chavales!».
En un momento; empiezan a golpearnos aquellos que distribuían las octavillas; el choque es muy duro, pero el factor  sorpresa nos favorece y los subversivos se dispersan.
Las octavillas son recogidas, amontonadas y quemadas. Una gran hoguera y, la sucesiva llegada de la Policía, cierra el episodio.
Los contendientes se dispersan.
Adriano, que mientras tanto se había vuelto a poner las gafas, de vuelta delante a su Facultad, me preguntó: «¿Me necesitáis todavía?» y, verificando una vez más que todo haya acabado, entra en la Biblioteca Alessandrina, donde habitualmente se encerraba durante enteras jornadas.
De esta manera, sin añadir nada más, con modestia, con la naturaleza que caracteriza a quien tiene una límpida visión de la propia vocación y de los propios deberes, se comportaba en toda ocasión Adriano Romualdi.
Llegaron los años del alejamiento de un cierto mundo juvenil del Partido (1). Y Adriano, no obstante conservara siempre la más absoluta (casi obstinada) fidelidad al Movimiento, siempre se mantuvo cerca nuestro, con frecuentes visitas, con colaboraciones políticas y culturales, con escritos, con conferencias.
Y mientras tanto su preparación política, y su peso cultural, crecían y se consolidaban.
En aquella época nos veíamos a menudo en la Asociación Italo-Alemana, donde Adriano profundizó sus conocimientos de lengua alemana (determinante para sus estudios sobre la historia moderna de Alemania) y donde también conoció a su esposa, que en aquella asociación impartía cursos de enseñanza.
Fue en otras sucesivas ocasiones que durante larguísimas y apasionadas discusiones acerca de «nuestras» perspectivas, acerca de qué hacer por nuestra parte, sobre la búsqueda de las «vías de escape» de un inmovilismo político y cultural que (al menos así nos parecía) marcaron la acción de nuestro ambiente en aquellos años.
Adriano aportaba siempre, en estos casos, con la ayuda de su grand capacidad de elaborar lúcidos análisis, responsables valoraciones y agudas aperturas hacia el futuro.
Y todo esto, como era en lo más profundo de su carácter, marcado siempre por la aprobación de una Fe que en Adriano era – quisiera decir – una realidad a priori, no conocía perplejidad, momentos de vacilación, ningún tipo de pesimismo.
Cuando en 1969 nuestro grupo volvió ha entrar en el Partido, Adriano nos manifestó toda su grande satisfacción; y las colaboración nunca interrumpida, se hizo más intensa y fecunda. 
Adriano escribía ensayos y opúsculos para el «Centro del libro» que por su parte los  difundía junto con otras obras que Romualdi había publicado con diversas casas editoriales.
No existía ciclo de conferencias o curso de preparación política que no vieran Adriano entre los protagonistas más escuchados y admirados.
El discurso de entendimiento entre nosotros, ya desde casi hacía veinte años, continuaba . De nuestra relación de aprecio y camarada entendimiento nosotros éramos los que mayor beneficio sacábamos.
Durante la campaña electoral para las «regionales» del 1970, yo debía tener en la misma tarde dos mítines en la provincia de Roma, uno en Pomezia y el otro en Ardea.
Adriano se ofreció espontáneamente a acompañarme y de hablar junto a mi.
En Pomezia la gente, que en los carteles había leído y le había llamado la atención el apellido Romualdi (que en aquella zona quiere decir políticamente muchísimo) se quedó un poco desilusionada al ver que ante el micrófono, en lugar de Pino Romualdi, estaba hablando un joven desconocido.
Pero fue un momento. Adriano, con aquella forma suya de habla pausada, precisa, documentada y razonada, pero al mismo tiempo capaz de pasajes apasionados, conquistó con unas pocas frases el auditorio.
Los oradores democristianos, que habían hablado desde aquel mismo palco inmediatamente antes que nosotros, fueron literalmente ridiculizados.
Cuando, llegados casi al final del acto, un desfile de coches con banderas rojas llegó a la plaza (se estaba preparando un mitin comunista). Adriano supo encontrar la justa expresión y el justo tono para desencadenar el entusiasmo del público y para hacer cesar de repente el ridículo grupo de trapos rojos.
Terminado el mitin, que para él supuso un auténtico triunfo, mientras en el coche nos llevaban hacia Ardea, Adriano había ya «superado» el episodio (que para muchos habría supuesto una gran satisfacción a comentar largamente) y se ocupó de mis modestos recursos culturales hablándome de su último estudio sobre antigua simbología indo-europea...
Así es como recuerdo yo Adriano Romualdi.

Giulio Maceratini (*)
 
(1) Se refiere al Movimento Sociale Italiano (MSI)
(*) Giulio Maceratini (Roma, 13 febrero 1938) és un político y abogado italiano exponente del Movimento Sociale Italiano-Destra Nazionale, de Alleanza nazionale y parlamentario.
Fue discípulo del filósofo Julius Evola. Próximo, en el MSI-DN, a las posiciones de  Pino Rauti, en 1991 fue sin embargo uno de los artífices de la vuelta de Gianfranco Fini a la guía del partido, después del paréntesis del mismo Rauti. En los años 70 ha sido dirigente del Centro Nazionale Sportivo Fiamma.
Ha sido diputado, elegido en el colegio di Roma, en la IX, X, XI (1983-1994) y, después dos mandatos en el Senado, en la XIV legislatura (2001-2006).
Ha entrado en sustitución en el Parlamento europeo en junio de 1988, después de haber sido candidato en la elecciones europeas de 1984 por las listas del MSI, adhiriendo al grupo de Destre europee.
Ha sido elegido en el Senado de la República en la XII y XIII legislatura, durante las cuales ha sido presidente del Grupo parlamentario de AN.
Forma parte de la Dirección nacional del partito de Fini. (Wikipedia)

 

 

La Europa arqueofuturista de Adriano Romualdi, Alfonso Piscitelli

La Europa arqueofuturista de Adriano Romualdi, Alfonso Piscitelli

El carro de batalla y el rayo láser


Los treinta años de la muerte de Adriano Romualdi caen en un momento de discusión –quizá también de confusión– con respecto a la identidad cultural de Europa. A la civilización del Viejo Continente, Adriano dedicó densas páginas llenas de entusiasmo y de rigor cultural; hoy su intelecto –alcanzada  la edad de la plena maduración cultural– habría supuesto un aporte determinate y una enorme contribución a la definición de un concepto de Europa que fuera una sístesis de tradición y modernidad. Una contribución decididamente superior a la de los políticos que asumiendo, la función improvisada de “padres constituyentes”, durante semanas se han deleitado a añadir y quitar renglones al soneto del “Preámbulo” de la Constitución europera. Obviamente, no tiene sentido imaginar qué podría haber sucedido si la más valiosa promesa de la cultura de Destra (¿sólo de Destra?) de la postguerra italiana no se hubiera extinguido en una autopista en agosto. Mayor sentido tiene constatar cómo una parte de la obra de Adriano haya sido en el fondo olvidada con el paso de los años, y cuántas intuiciones expresadas con un lenguaje todavía juvenil puedan hoy reaparecer en nuestro contexto.

Para Romualdi la idea de Europa y el intento de elaborar un nuevo mito del nacionalismo-europeo representaron la vía de escape del callejón sin salida en que se habían metido los movimientos patriotas (también los más revolucionarios) a través de las peripecias de dos guerras mundiales. Como historiador partía del presupuesto de que el año 1945 había supuesto una derrota para todas las nacionalidades europeas. No sólo los húngaros, también los polacos restituidos al más brutal de sus tradicionales opresores. No sólo los alemanes, también los rusos, que veían consolidado un régimen que en el fondo estaba ya moribundo en 1939 y destinado a una natural implosión. No sólo los italianos, también los franceses y los ingleses privados de sus imperios, reducidos al rango de potencias medianas, sinó nada menos que a Dominio(1). Todos los pueblos europeos habían sido sustancialmente humillados y miraban por primera vez a la cara el abismo de su abnegación cultural. Al gran mal, Romualdi contrapuso el extremo remedio de un retorno a la fuente primordial: la vanguardia política y cultural de Europa habría debido reconocer que las patrias con sus especifidades procedían de un origen, claramente distinto en su fisonomía desde la alta Prehistoria. En este sentido, las raíces debían estudiarse bajo un visión más profunda que la del racionalismo moderno o la del cristianismo medieval. Tarea de la antropología, de la lingüística, de la arqueología, de la historia en un sentido amplio, debería ser la de reconstruir el rostro de la tradición europea, mediante los más abanzados instrumentos de investigación científica.

En este punto llegamos a un segundo aspecto fundamental de la obra romualdiana. Adriano intuyó la necesidad estratégica de apoderarse del lenguaje, de los instrumentos, incluso de las conclusiones de la ciencia moderna occidental. De su relación con Evola extrajo su amor por el elemento arcaico, por todo aquello que en un pasado remoto era testigo de la pureza de un modo de ser todavía incorrupto. Sin embargo reaccionó enérgicamente a la sombra “guenoniana” del pensamiento tradicionalista: un comportamiento anticuado e incluso un poco lunático que en nombre de dogmas inmutables inducía a despreciar todo aquello que había cambiado en la historia de los últimos diez siglos, a despreciar las grandes creaciones del genio europeo moderno. De esta manera, mientras los guenonianos se perdian tras “metafísicas arabizantes” (la simpática definición es de Massimo Scaligero) y alimentaban interminables polémicas sobre la “regularidad iniciática” o sobre la “supremacía de los brahmanes”, Adriano Romualdi quiso dar una nueva definición del concepto de Tradición. La Tradición europea, como la entendió Romualdi, era algo dimánico: en ésta encuentran su lugar el mos maiorum (el patrimonio de los valores eternos), pero también la innovaciones tecnológicas. En el fondo, los antiguos indoeuropeos irrumpieron en la escena del mundo en carros de batalla, una extraordinaria invención de la época. Desde el principio los indoeuropeos se caracterizaron por  sus innovaciones técnicas; y su concepción espiritual del mundo es tal de atribuir un significado superior a las mismas creaciones materiales. En India las ruedas del carro de batalla (los chakras) devienen el símbolo de los centros de energía vertiginosa que el yogini activa en su interioridad. En Grecia, el herrero, que forja las armas y otros objetos de hierro, deviene imagen del dios-ordenador del cosmos según la concepción platónica del demiurgos. En las modernas hazañas espaciales, en la audacia investigativa de la ciencia moderna, en el límpido estilo de las creaciones tecnológicas, Romualdi vislumbraba por lo tanto los frutos más maduros del genio europeo. Digamos la verdad, cuando nuestros amigos franceses de la Nouvelle Droite han empezado a valorar los estudios de sociobiología, la etología de Konrad Lorenz y los más heterodoxos estudios de psicología, no han hecho otra cosa que desarrollar un impulso ya dado por Adriano Romualdi. Y todavía más, cuando Faye ha lanzado la brillante provocación del Arqueofuturismo proponiendo reconciliar Evola y Marinetti, o dicho de otra forma las raíces más profundas de Europa y sus modernas capacidades científico-tecnológicas, en el fondo ha retomado un conocido tema de Romualdi. Quien haya leído El fascismo como fenómeno europeo recordará que Romualdi en el mismo caso de los fascismos distinguía el tentativo de defender los aspectos más elevados de la tradición con los instrumentos mas audaces de la modernidad. Mirando al futuro venidero que se anunciaba en los ambiguos años de la contestación, Romualdi advertía del riesgo que los europeos sucumbieran en la debilidad del bienestar, callendo como frutos demasiado maduros en el saco de los pueblos menos civilizados y más vitales ( leer el prefacio a Corrientes políticas y culturales de la Destra alemana). Sin embargo no despreció nunca los aspectos positivos de la modernidad europea y de la misma sociedad de bienestar construida en Occidente. Hoy probablemente se habría burlado de los intelectuales que dentro de la Destra han tentado de abrazar toscas utopias talibanas. Romualdi quería una Europa ancorada a su arké, y al mismo tiempo moderna, innovadora, a la vanguardia de la tecnología. Una Europa cuyos hombres sepan dialogar idealmente con Séneca y Marco Aurelio mientras conducen automóviles veloces, utilizan instrumentos de comunicación satelital, y hacen operaciones quirúrjicas con el láser. Esta imagen de Europa – esbozada en pocos años por Romualdi – queda hoy como el mejor “preámbulo” para un continente viejísimo y sin embargo todavía con orgullo.     



Publicado en la revista italiana Area nº 82, julio-agosto 2003



(1) En el Imperio británico y en la Comunidad Británica de Naciones, un dominio (o Dominio) es un actual o antiguo territorio de ultramar de la Corona británica (pero no Inglaterra, Gran Bretaña, o el Reino Unido en sí mismo). El término provino durante el desarrollo de la ley constitucional británica, cuando se convirtió en práctica para referirse a la Corona de Inglaterra, Gran Bretaña, el Reino Unido "y los dominios que además pertenecen o se relacionan".
Así, a mediados de los años 1800, el término era el más comúnmente usado para estados total o prácticamente autónomos del Imperio británico (hoy Comunidad Británica de Naciones), en particular para naciones que alcanzaron aquella etapa de desarrollo constitucional a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, como Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Terranova. Antes de alcanzar el estatus de dominio estos estados siempre fueron colonias de la Corona, bajo el mando directo del Reino Unido y/o una colonia autónoma, o han sido formados por grupos de colonias.
A principios del siglo XX, las diferencias principales entre un dominio y una colonia autónoma eran que un dominio había alcanzado el estatus "de carácter de nación", si no una independencia política incontrovertible del Reino Unido. Por comparación, una colonia autónoma controló sus asuntos internos, pero no controló asuntos exteriores, defensa o comercio internacional. Las naciones a las que se les concedieron el estatus de dominio tendieron a asumir áreas como asuntos exteriores sólo gradualmente, a veces tomando décadas para adquirir el control total de sus relaciones extranjeras de Gran Bretaña. (Wikipedia)- NdT.





Memoria de Adriano

Memoria de  Adriano

En 1969 Adriano Romualdi ya había adquirido la estatura cultural de heredero espiritual de Julius Evola, con varias y acreditadas publicaciones de notorio espesor cultural, rigurosamente documentadas y de corte fuertemente anticonformista. Recuerdo, en particular, su breve ensayo Julius Evola: el hombre y la obra (1968, Collezione Europa, Editore Volpe), que fue sin ninguna duda la primera aproximación seria, profunda y también crítica a la obra y pensamiento de Evola en el mundo de la Destra italiana y que obtuvo la aprobación del filósofo romano. No deja de ser significativo que Adriano publicase dicho ensayo precisamente en 1968, en un momento histórico delicadísimo para la Destra italiana, culturalmente pobre con respecto a los procesos de cambio que estaban por activarse en la sociedad.

Adriano quería ofrecer a la Destra –y sobre todo a los jóvenes– una nueva y diversa clave de lectura de la historia, de sus fenómenos, de sus tendencias más profundas, que se advirten más allá de una visión epidérmica de los acontecimientos. Aquel breve ensayo, en 1969, fue una de mis primeras lecturas –a la edad de 14 años– y  causó en mí un efecto muy estimulante, empujándome a profundizar los temas que se trataban en aquel ensayo, en sus aspectos más importantes y ofreciéndome mitos y símbolos en que creer y por los que combatir. 

En 1970 Adriano mantuvo una conferencia en Nápoles, en la Antesala dei Baroni en el Maschio Angioino, sobre el tema del nacionalismo europeo, por iniciativa del círculo cultural “Drieu La Rochelle”. Recuerdo perfectamente la conversación que tuve con él, poco antes de la conferencia, los consejos que me dió sobre las lecturas más oportunas con respecto al tema tratado: Los hombres y las ruinas de Julius Evola y el libro de J. Thiriart Europa: un imperio de 400 millones de hombres.

“Son los libros que nos dán las bases, con esta lectura se construyen los cimientos”, me dijo con un aire de gran convencimiento. Me impresionaba profundamente, yo que apenas tenía quince años, su talante germánico, debido también a sus características físicas, su mirada de estudioso meticuloso e impulsado por una sólida concepción espiritual y política. En la conferencia Adriano desarrolló las tesis que habian ya caracterizado su trabajo de propaganda política en el último periodo de los años sesenta. Donde había criticado fuertemente a la Destra italiana, por haber permanecido atada, en los años sesenta, ha líneas temáticas de un viejo nacionalismo, como la defensa de la italianidad del Alto Adige, sin darse cuenta de los procesos de cambio en curso, de las tendencias históricas determinadas por la hegemonía de las dos superpotencias –EE.UU y URSS– y sin por lo tanto ser capaces de ofrecer a los jóvenes un mito, una idea-fuerza que estuviera a la altura de tiempo presente, en un momento histórico de gran fermento juvenil y de fuerte turbulencia política.

En su ensayo la La destra e la crisi del nazionalismo (Ed. Settimo Sigillo, Roma 1973) en que recogía y sistematizaba argumentos ya desarrollados en los años precedentes, Adriano escribe: “Digámoslo francamente: acentos, eslogans, símbolos y  temas de esta Destra son a estas alturas algo totalmente superado, amenudo patético y algunas veces ridículo. El origen de todo esto reside en el rápido deterioramiento de la temática del nacionalismo después de 1945, debido al venir a menos de la razón histórica de la pequeñas patrias europeas frente a Rusia y America... El problema de la Destra moderna es el de sobrevivir al final del  viejo nacionalismo. El de adaptarse a las continuas mutaciones de la dimensión del mundo bajo una perspectiva no nacional, sino continental... Sólo un nacionalismo europeo –y una interpretación del  fenómeno fascista en su significado europeo– pueden ser de contrapeso a las mitologias de Occidente la consciencia del  caracter “epocal” e internacional de una crisis juvenil que para reaccionar al clima asfixiante del americanismo consumista no encuentra otros puntos de referencia, sino en el mito marxista de la lucha de clases”.
“Miradlos bien a estos drogados, estos alienados en su condición histórica: tienen a dos pasos el muro de Berlín, pero protestan contra el “fascismo”; los obreros polacos  protagonizan revueltas por el pan, pero ellos se manifiestan contra el “capitalismo”; Rusia aplasta media Europa, pero ellos piensan en el Vietnam, en Brasil. El opio marxista les ha llegado al cerebro y los ha segregado en la ceguera y en la necedad. Este mito abstracto y alienante de la lucha de clases debe ser atacado y demolido en las escuelas, en las plazas, en las universidades. Es la gran equivocación que ofusca la única concreta perspectiva histórica de nuestro tiempo: Europa – Nación. Que Europa-Nación sea la bandera y el lema de nuestra propaganda”.

Para Adriano el nacionalismo europeo debía ser entendido como movimiento cultural y político con la finalidad estratégica de crear una alternativa de civilización al materialismo americano y al colectivismo marxista. Su posición tenía connotaciones –relacionadas con el  pensamiento evoliano centrado en las raíces espirituales de la identidad cultural europea, y sobre la “elección de las tradiciones” profundizada en Los hombres y la ruinas – de una mucho mayor valencia política y de una atención, muy realista, a las consecuencias económicas del problema europeo. Europa como bloque político, unión de recursos políticos y económicos de los varios Estados, para retar a las dos superpotencias, EEUU y URSS. Y entre los Estados europeos Adriano incluía claramente también los pueblos de la Europa oriental, oprimidos por la Armada Rosa. Este mito de Europa –en términos espirituales, culturales, pero tambien político-económicos– era la bandera a ondear y en torno a la cual diriguir las energias y los entusiasmos de las nuevas generaciones. 

Hoy, transcurridos 30 años, haciendo un análisis retrospectivo sobre el 68, no se puede dejar de reconocer la validez, la modernidad y la lucidez de aquellas tesis de Adriano que desgraciadamente nunca fueron escuchadas en los sectores de la Destra oficial, la cual, con un comportamiento en ocasiones histérico, se condenó ella sola a quedarse fuera del movimiento de constestación juvenil que había nacido de origenes diversos –como demuestran los hechos de Valle Giulia a Roma en 1967– y que fue dejando bajo el dominio de la gestión política de la izquierda, para llegar más tarde a caer en la turbias aguas del terrorismo de los años de plomo, útil y funcional, en definitiva, a la legitimación y normalización del poder político existente, que se mostraba como el rostro tranquilizador de “tutor del orden”.

Y aquellas tesis de Adriano deben ser releídas de nuevo hoy, para una reflexión sobre la  envergadura extratégica y de espesor cultural, sobre la función de la Destra en el momento histórico de la realización de la unión europea y de la moneda única. Adriano había advertido la necesidad histórica de una voluntad política para dar lugar a una Europa-Nación, como un nuevo sujeto político autónomo y soberano, respecto a las superpotencias.

“Ciertamente –escribe Adriano hablando de los precedentes pasos políticos en la dirección de la unidad europea– se alcanzó rápidamente una forma de comunidad económica. Se realizaron la CECA y el Mercado Común, se instaló en Estrasburgo esa compañia de veraneantes que es el parlamento europeo. Pero para una unidad más profunda faltaba algo fundamental. La voluntad política”.

Aunque si hoy se han dado pasos  en los político y económico que configuran un escenario diverso respecto aquel que escribió Romualdi, el dato político sustancial no ha cambiado. La voluntad política faltaba entonces y falta hoy, como demuestran elocuentemente las discordias entre los europeos en presencia de crisis como la del Golfo Pérsico y sobre todo frente a la crisis en Bosnia, al drama de los prófugos, a la trajedia de la destrucción de Sarajevo de la que incluso ahora, por un significativo silencio de los medios de comunicación –como si fuera un orden venido de lo más alto– nadie habla. La misma discordia se manifiesta puntualmente en temas de linea política respecto al problema de la inmigracíón de extra-comunitarios, a las medidas ha adoptar para regular los flujos migratorios, a la politica de adoptar con respecto al mundo árabe y, en general, respecto al  Tercer Mundo. No son los bancos ni los parámetros de Maastricht los que darán un alma a Europa. Es necesario recuperar y actualizar las raíces espirituales y culturales de Europa y volver a otorgar en una nueva identidad comun europea, una fuerza de cohesión de un nuevo bloque político europeo, capaz de dialogar con el mundo árabe y de establecer una relación diversa, más equilibrada y correcta con los Estados Unidos. Hoy más que nunca, la tarea histórica de la Destra política italiana es aquella de actualizar y volver a proponer el “mito” de Europa, por la defensa de una forma diversa de cultura que nos libere de la condición histórica de colonia americana.
       
Stefano Arcella

Adriano Romualdi y el 68.

Adriano Romualdi y el 68.

Entre marzo y febrero de 1968 se iniciaron en Roma las revueltas universitarias surgidas en el marco de los movimientos de protesta y contestación estudiantil desarrollados durante la primavera de aquel año entre cierto sector de la juventud, importados desde Estados Unidos, y gestados e instrumentalizados principalmente por los partidos comunistas europeos en su versión maoísta o trotskista. Es importante añadir que muchos dirigentes posteriores de la izquierda europea fueron protagonistas de dichas jornadas o las tomaron como referencia en sus políticas de “nueva izquierda” cuyas consecuencias son en la actualidad ciertas referencias del pensamiento actual de la izquierda  destinados a desarmar y narcotizar a la juventud europea, presa de las políticas del sistema en sus actuales fases. En Italia, este movimiento fue posterior al ocurrido en Alemania, y  tuvo lugar en los meses anteriores al más conocido “mayo francés”, aunque con motivaciones y objetivos similares. Mientras las facultades de Filosofía y Letras eran ocupadas por los estudiantes de izquierdas,  en la de Jurisprudencia, donde el FUAN-Caravella –organización universitaria del MSI– mantenía desde hacía años una mayoría absoluta parlamentaria,  una turbia asociación estudiantil próxima a cierto partido gaullista toma la iniciativa ante la confusión y división de los jóvenes de la Destra participantes también en dicha ocupación. El movimiento político de la Destra muy activo en Italia y particularmente en Roma tenía como principales organizaciones al partido parlamentario MSI (Movimiento Social Italiano), mientras que los activos y numerosos sectores juveniles surgidos de la derrota de la República Social Italiana, se hallaban divididos en aquella época entre las secciones juveniles y universitarias del MSI, Ordine Nuovo y el ambiente todavía activo de la oficialmente disuelta Avanguardia Nazionale. El FUAN en aquella época estaba formado por algunos jóvenes de brillante preparación que luchando decididamente en las filas del MSI, colaboraban y mantenían un estrecho contacto con las dos principales organizaciones extraparlamentarias, la más intelectual ON y la activista AN, ambas con una gran influencia del pensamiento de Julius Evola.

Uno de aquellos jóvenes era Adriano Romualdi, brillante  y respetado intelectual y militante incansable de las ideas identitarias, hijo del dirigente misino Pino Romualdi, y a quien ya por entonces muchos auguraban un claro porvenir como dirigente político, como pensador y como docente. Activista incansable en las filas del MSI y del FUAN, no escondía sus colaboraciones con el grupo extraparlamentario Ordine Nuovo, y en muchas ocasiones se le podía ver en primera línea en los frecuentes enfrentamientos  que los miembros juveniles del MSI, ON y AN mantenían en aquellos años en las aulas y las calles de Roma. En esos días Romualdi pudo vivir de cerca las manifestaciones estudiantiles de sus coetáneos, y sobre todo las respuestas y actuaciones de sus camaradas políticos durante aquellas jornadas, indecisos algunos, confundidos otros e incluso las de aquellos que participaron activamente en las mismas imbuidos de diferentes motivaciones. Entre los que eran favorables a la participación en la actividad contestataria destacaban los grupos de AN guiados por Stefano Della Chiae, Mario Merlino, Dantini y otros, y algunos sectores de la FUAN que decidieron actuar en las mismas como una forma de asalto frontal al Sistema. Muchos de ellos estaban ya influidos por esa voluntad de cambio y contestación que permeabilizó en otros camaradas de partidos que por origen e ideología debía ser  contrarios al cosmopolitismo decadente de la esencia misma del movimiento. Por las mismas razones, en España un sector del partido tradicionalista se convertiría en socialista autogestionario o muchos falangistas contrarios al régimen de Franco terminarían en el bando izquierdista, mientras que algunos de los activistas italianos empezaban a ser fascinados por el maoísmo chino. Por su parte, la dirección del MSI, incapaz en aquella época de dar a sus sectores juveniles motivaciones revolucionarias y de pensamiento más profundo, se enfrentaba abiertamente al movimiento del 68 desde un prisma conservador y de defensa del sistema que no convenció a los sectores más revolucionarios del mismo, como a algunas corrientes de la “izquierda misina”, en particular a la representada por Gianni Accame entre otros. El sector más intelectual y espiritual de la Destra, encabezado por Evola, o por Rauti y su ON no vieron tampoco con buenos ojos la participación de sus camaradas en las jornadas del 68 italiano.  Evola deja clara su opinión en textos como este:
“Agotada la "protesta" de tipo marxista y obrera, queda la revolución de la nada. Es significativo que en los movimientos revolucionarios y contestatarios acontecidos en Francia en mayo de 1968 junto a las banderas rojas comunistas aparecieron las banderas negras de los anarquistas, como también es significativo que en tales manifestaciones, y no sólo en Francia, se hayan verificado formas de puro desencadenamiento salvaje y destructivo. Es inútil por lo tanto hacerse ilusiones optimistas respecto a la tan fetichizada "juventud", estudiantil o no, si la situación de base no es cambiada. Cada revuelta sin aquellos principios superiores que el mismo Nietzsche había evocado a su manera en la parte válida de su pensamiento, callando acerca de las contribuciones dadas por los exponentes de una revolución de Destra, lleva fatalmente a la emergencia de fuerzas de un orden aun más bajo que las de la subversión comunista. Con la afirmación eventual de estas fuerzas todo el ciclo de una civilización condenada se cerraría, si es que no surge un poder superior y si no se reafirma la imagen de un tipo “humano superior”.

Entre los detractores del movimiento estudiantil se encontraba Adriano Romualdi que consideraba el movimiento del 68 como una evolución interna del sistema y en ningún modo una antítesis del mismo, y que intentó infructuosamente convencer a muchos de los activistas de Destra de no participar en las actuaciones que él sabía surgidas desde el propio sistema e instrumentalizadas por las fuerzas de la subversión. El propio Mario Melino, uno de los protagonistas del asalto ala facultad de arquitectura y de los conocidos enfrentamientos de Valle Giulia, recuerda cómo en la concentración  previa a dichos hechos, que tuvo lugar en la Plaza de España, Adriano Romualdi le advirtió de la esterilidad de dicha participación intentando que no participara en la misma. A medio camino entre los que sinceramente participaron en el movimiento del 68 esperando poder influir con las consignas evolianas, y que equivocadamente creyeron poder atraer a los estudiantes de izquierda –en especial a los maoístas–, y a la acción de su propio partido, con el que fue también muy crítico en este aspecto,  y que finalizó dando una imagen de “guardia blanca del sistema” en palabras de Buontempo, Adriano Romualdi fue perfectamente consciente de que desde el campo de la Destra había un importante vacío doctrinal e ideológico en el que era necesario trabajar. De su presencia como testigo de aquellos hechos, pero sobre todo de su profunda preparación y brillantez intelectual, nacen ciertas reflexiones que sobre las jornadas de la primavera del 68 en Roma fueron maduradas durantes los siguientes años y recogidos en el texto Branni tratti da Contestazione Contraluce, publicado en las páginas de la revista Ordine Nuovo en la primavera de 1970.

Para Romualdi, el movimiento estudiantil se había convertido en un fenómeno característico de la fase de senilidad que caracterizaba en dicha época a la democracia italiana y pensaba que agrupaba sólo a una exigua parte de la población universitaria italiana. “Es un hecho sin embargo que la gran mayoría es totalmente apática y pasiva, así como que esta misma mayoría termina siendo la punta de lanza de la confusión, del extravío y de la mistificación propagada en todo el mundo juvenil (…) Documenta la profanidad en la cual penetra en los ánimos inmaduros un tipo de retórica izquierdista difundida en la televisión, el cine, las grandes casas editoriales y todas las centrales ideológicas ocultas y acampanadas en el corazón del sistema (…). El problema es que el movimiento estudiantil supone una contestación contra un sistema que simpatiza con los contestatarios, y junto a la cual la contestación se inserta en la retórica democrática en lugar de volverse contra ella”.

“«Poder estudiantil» es el lema con el que los comunistas y sus útiles idiotas han comenzado a ocupar la universidad italiana desde principios del 68. Un slogan claramente copiado del «poder negro», y, de hecho, algunos de los contracorrientes seguían al «Black power» mientras otros se reclamaban seguidores de la revolución cultural china (…), sobre los beneficios de la droga y sobre las relaciones entre poder sexual y autoritarismo. «Poder estudiantil» es una grosera fórmula demagógica con la que los comunistas intentan especular sobre las graves descompensaciones que afligen las universidades italianas. Quieren el «poder estudiantil» o sea la dictadura de aquella minoritaria franja de estudiantes roída por el marxismo que introduce en las universidades la demagogia permanente e impide aquella selección de los cuadros, aquel ahondamiento de los estudios, que son garantía de mayor seriedad en la vida pública y de una mayor eficacia nacional. (…). «Poder estudiantil» es una fórmula mítica que se introduce en un cierto mito general de la vida, un mito del que forman parte, el «poder negro», el LSD, Fidel Castro, Che Guevara, Marcuse y la melena”.

“Los ocupantes pretenden luchar contra la sociedad, pero sus mitos, sus costumbres y su conformismo son precisamente aquellos de esta sociedad contra la que dicen luchar. Dicen estar contra el Estado, la televisión estatal, la adulación y el cariño, dicen estar contra el gobierno, y los socialistas en el gobierno les protegen, dicen constituir una alternativa en el tiempo, pero sus cabelleras, sus hábitos, sus gestos, y su música, sus mujercitas beat, están más conformes con el espíritu de los tiempos de lo que se pueda imaginar. Se pretenden «anti-norteamericanos», pero están podridos de americanismo hasta la médula:  sus chaquetas, sus pantalones, sus gorros, son aquellos de los beatniks de San Francisco, su profeta es Allen Ginsberg, su bandera el LSD, su canciones folcklóricas son las de los de los negros del Mississipi, su patria espiritual el Greewich-Village. Son marxistas, pero no a la manera bárbara de los rusos o de los chinos, sino en esa particular manera en la que es marxista un cierto tipo de joven americano manido de civilización. Proclaman el «enlace con la clase obrera», la «articulación entre la semántica de la reivindicación estudiantil y la dialéctica del mundo obrero» pero su esnobismo es totalmente lejano al ánimo de los verdaderos obreros y campesinos, nadie más que estos polluelos salidos del huevo de una burguesía podrida están tan lejos de la mentalidad de quien tiene que luchar con las más elementales exigencias. Su problema es la droga;  el de los obreros, el pan”.
“Ya es suficiente el motín de una minoría de intelectuales de cuarto de estar, de jóvenes y ricos burgueses que con ello rompen el aburrimiento de una existencia demasiado fácil jugando a los «chinos» o a los castristas. Las fortalezas de la revuelta estudiantil han estado justo en las facultades más snobs, como la facultad de arquitectura de Roma donde  frente a los muros sobre en los que fue escrito «guerrilla ciudadana» aparcaron en doble fila los elegantes coches deportivos de sus ocupantes. Es la revuelta de una minoría de burgueses comunistas criada tradicionalmente en los invernaderos calientes de algunas facultades rojas como Letras, Físicas o Arquitectura. Es la revuelta de los melenudos,  de los bolcheviques de cuarto de estar, de una juventud que, más que quemada, se podría llamar desparramada. He aquí que al obrero, integrado en la sociedad burguesa e indisponible para las orgías marxistas, es sustituido por el joven blasé, el niño de papá con la spider y el retrato del Che sobre su mesita de noche”.
“Para colmo de  ironía, la revuelta estudiantil que tiene  el marxismo escrito en su bandera, desmiente por su parte la teoría marxista del fundamento económico de cualquier motor político. La revuelta estudiantil es un típico motín ideológico, libresco, difuminadas por las revistas de empeño, de la librería Feltrinelli, como los distintivos de protesta y los retratos del Ché vendidos en los grandes almacenes para tapicería. Ésta revuelta que polemiza con la civilización de los consumos, es una típica expresión del «consumo cultural», de un estampido librero instalado sobre el sexo y sobre el marxismo, sobre la droga y Ché Guevara, sobre Fidel Castro y sobre las mujeres desnudas. Desde el punto de vista del mercado, el militante del «movimiento estudiantil» es el típico consumidor medio de la cultura de protesta, que traga cada día su ración de  literatura marxista, sexual y necrófila, que las grandes editoriales arrojan sobre el mercado en cantidad cada vez mayor. El consumidor cultural es progresista, pro-chino, antirracista, por el mismo motivo por el que viste los tejanos y bebe Coca-cola, consume el romance sucio o el diario de Ché como se «consume» una caja de judías o un rollo de papel higiénico, consumen la revuelta juvenil que ya se fabrica y se vende como una mercancía cualquiera”.
“El problema al llegar a este punto es ¿por qué una «revolución» tan descaradamente inauténtica ha logrado imponerse a la juventud, y no sólo a aquel más conformista, sino también a aquel más enérgico y fantasioso? La respuesta es simple:  porque de la otra parte no existe nada. Enterrada bajo un cúmulo de qualunquismo burgués y patriotero  bajo la respetabilidad imbécil de la garantía «indudablemente nacional indudablemente católica, indudablemente antimarxista»  la Destra no tuvo que una lema que dar a la juventud.  En una época de creciente excitación de los jóvenes, les dijo «sed buenos»; en una época de ofensivas y comparaciones ideológicas, ella durmió tranquila porque los porcentajes del FUAN en los «parlamentillos» universitarios estaban estacionarios. Se fosilizaba en las trincheras de retaguardia del patriotismo burgués, incapaz de agitar al adulto,  les dijo «sed buenos». Se fosilizada en las trincheras de retaguardia del patriotismo burgués, incapaz de agitar en el futuro el gran  mito de Europa, las organizaciones juveniles oficiales vegetaron sin  contacto alguno con el mundo de las ideas, de la cultura, de la historia. Ha bastado un soplo de viento para barrer este inmovilismo que quiso ser socarrón, pero fue solamente imbécil. Bastaron las primeras ocupaciones para comprender que de la otra parte -la de la Destra- no había nada. La así llamada clase juvenil se dejó sumergir en pocos días, sin fantasías y sin gloria. Cuando las banderas rojas agitaron en aquellas universidades que constituyeron hasta pocos años antes las fortalezas de la Destra nacional, muchos miraron a la Destra, esperando una señal. Pero la señal no llegó:  faltaron, el ánimo y la iniciativa juvenil y las ideas estuvieron listas. Madurada en los pasillos de partido, en un clima socarrón, la así llamada clase dirigente juvenil ya disminuida a tres o a cuatro nombres no tuvo  absolutamente nada decir frente a la formidable ofensiva ideológica de las izquierdas. Fue sencillamente barrido. Logró hacerse encerrar en el gueto de la banalidad más retrógrada”.
“Mientras las izquierdas, con toda una red de círculos políticos y culturales, agitaron, siempre con mayor  fantasía, toda una serie de temas revolucionarios, la juventud de la Destra fue castigada a montar la guardia al «dios - patria - familia». Se habló un poco de Gentile, cuyo patriotismo genérico fue bastante desteñido y tranquilizante, pero se evitaron con gran cuidado las tesis antiburguesas de un Julius Evola. Los lemas fueron aquellos de amor a la patria y a la conciliación, el odio al divorcio, al cine pornográfico y al Partido del Pueblo del Sud-Tirol. Fascistas sí, pero con moderación;  sobre los nazis la menor referencia posible. ¿Nos tiene que maravillar que muchos de los mejores jóvenes de Destra se hayan convertido en «pro-chinos»? Para el joven de carácter realmente fascista, las palabras extremas, la violencia, las banderas de los «pro-chinos» vinieron a sustituir aquellas que la Destra oficial, tibia y envejecida, ya no pudo dar. ¿Puede maravillarnos que por reacción, surgiera el fenómeno de los nazimaoístas? Muchos de estos nazi-maoístas fueron solamente  los señoritos que trataron de estar a la moda. Pero también aquéllos que esperaron sinceramente crear un nuevo frente revolucionario, disueltos en la selva de banderas rojas de sus «aliados» Su incierta temática fue aspirada por la jerga marxista. Crearon   dudas, de cuyo solista el comunismo se aventajó.   Ello nos demuestra como una visión de Destra revolucionaria y antiburguesa tendría menos desorientados a los contestatarios, y como la contestación habría podido ser arrancada de  su mano si sólo se hubiera tenido sobre los hombros una temática menos vaga y convencional. Lo que no ha comprendido la Destra, esto es, la necesidad de de rejuvenecer su temática, lo ha comprendido muy  bien el PCI.”
“El PCI ha cultivado conscientemente toda una mitología a través de asociaciones culturales, políticas, artísticas, en los que viene garantizado la máxima libertad crítica respecto al partido, pero que llevan antes de un cierto discurso el acto de conducir a los jóvenes hacia el área del comunismo. El PCI también ha comprendido que cierto comunismo de célula, a la rusa, ya es algo de sobra con los tiempos que corren, y ha apuntado sus cartas sobre un comunismo estoico, romántico, tropical, sobre los poderes negros y amarillos, sobre los comunismos de las barbas, piojosos, fantasiosos, el comunismo del Ché, el cha-cha-cha, de Luther King y el Halleluja. Y éste es el comunismo a la moda, el comunismo que gusta a una juventud cada vez más fanfarrona. El centro de infección de este nuevo comunismo es la editorial del milmillonario comunista Giangiacomo Feltrinelli, para los amigos «Giangi», el  Rousseau de la nueva revolución. Desde las librerías de Feltrinelli  salen a miles los libros sobre la  cultura de la droga y sobre Bolivia, sobre los negros y sobre Fidel Castro,  en ella  se pueden comprar los distintivos de protesta, es allí donde nació la revista Quince, órgano del «movimiento estudiantil». Poco importa que las vanguardias chinas y castristas desdeñen al PCI. Ellas incluso siembran siempre un trigo que no será segado en la lejana Habana y Pekín, pero sí en el comunismo local. El «movimiento estudiantil» atrae los jóvenes en un orden de ideas en los que  calmados  los jóvenes hervores harán de ellos buenos electores comunistas. El PCI siempre ha controlado la agitación estudiantil. Nadie creerá que las ocupaciones de facultades dilatadas  por meses enteros hayan sido posibles sin el aparato logístico del partido comunista, ni sin los abastecimientos del FGC. Los paquetes-víveres que fueron distribuidos a Roma en la facultad de Letras iban envueltas en cartas electorales del PCI. Los profesores a la cabeza de la revuelta fueron los usuales Chiarini, Amaldi, Asor-Rosa. Los parlamentarios a la cabeza de los cortejos del «movimiento estudiantil» fueron parlamentarios comunistas”.
“Ésta es la mitología de una burguesía podrida que espera en la «revolución», poder conquistar nuevos paraísos de libertad y mugre, sin ser en  modo alguno una antítesis al sistema, sino sólo la evolución interior del sistema hacia su inevitable objetivo:  la putrefacción de los pueblos de raza blanca y el ocaso del occidente. El hecho es que el partido comunista ha comprendido desde hace años una verdad que en nuestro entorno no ha entrado todavía en la cabeza a nadie,  es decir que un partido extremista, en un momento no revolucionario, con una situación internacional estática y un ciertamente soñoliento bienestar en su interior, puede llevar a cabo una ofensiva ideológica, apoyada en minorías centrada en un cierto mito de la vida y que llevan adelante para conseguir ciertos efectos psicológicos. Porque está claro que se puede rechazar cierto lenguaje bienpensante sin caer por esto en el retórico Viet-cong o guevarista. Que se puede alzar la bandera del nacionalismo europeo sin olvidar las garantías necesarias a la seguridad de Europa. Que se puede golpear en las universidades contra el orden constituido, pero, no se debe olvidar que se debe golpear al mismo tiempo al comunismo. Ya que la Destra, el fascismo, incluso en su crisis actual, representan la única alternativa revolucionaria para la juventud”.
De esta manera Adriano Romualdi denunciaba el gran vacío ideológico de los jóvenes de la Destra, en gran parte responsabilidad de la dirección del MSI, así como la instrumentalización por parte del propio sistema a través de las organizaciones comunistas de las jornadas supuestamente “revolucionarias” del 68, a la vez que, para evitar equívocos, apuntaba desde donde debía surgir cualquier movimiento de asalto al Sistema. Mario Merlino, histórico dirigente de Avanguardia Nazionale, y cercano en esos años a Adriano Romualdi, cuenta cómo éste trató de disuadir a muchos militantes de Destra ante el temor de la dispersión de las fuerzas juveniles de este ambiente, “temía –y no erraba del todo- que nos dispersáramos dejando engatusarnos por un universo muy alejado de nuestras ideas e incluso capaz de atraernos”. Pero no todos –dentro y fuera de su partido- tuvieron entonces,  la claridad y lucidez política de Adriano Romuldi. Lo cierto es que muchos militantes de la Destra italiana,  participaron en las jornadas de Valle Giulia con la honrada intención de protagonizar una revolución juvenil contra el sistema y reorientar el movimiento estudiantil hacia posiciones nacional-revolucionarias, intentando renovar un neofascismo cada vez más atlantista y derechista y al mismo tiempo mantener una influencia en las aulas universitarias en las que entraba con fuerza la “nueva izquierda”, mientras el partido neofascista oficial seguía intentando introducirse en el Sistema como ala derecha del mismo y que por ello se enfrentaba directamente al movimiento del 68 por motivaciones puramente anticomunistas.
Para Adriano la revolución que debía hacerse, era desde luego diferente, y por supuesto sabía que no entraba en los planes del Sistema permitirla. Después del 68, las escisiones nazi-maoistas , las agresiones comunistas, los sucesos políticos, la alianza DC-PCI parecen darle, una vez más, la razón. Mientras, en la Universidad de Roma el FUAN entraba en una importante crisis, y el comunismo se introducía fuertemente entre los estudiantes, los jóvenes identitarios italianos continuaron su trabajo de lucha por las ideas de una Nueva Europa en todos los campos, de los institutos y las universidades a los barrios pasando por el propio MSI. Una lucha que a partir de entonces volvía a tener un enemigo perfectamente definido: el Sistema en sus dos vertientes, la liberal-capitalista y la comunista.
E. Monsonís

Extractos sacados de “Contestazione Controluce”, in Ordine Nuovo, a. I, n. s. 1, marzo-aprile 1970 publicado en www.centrostudilaruna.it

Nicola Rao, La fiamma e la celtica. Sperling Kupfer Editori, Milán 2006.

Mario Merlino, “Frammenti e immagini d’una amicizia” en Adriano Romualdi, l’Uomo, l’Azione, il Testimone. Asoc.Culturale Raido.Roma 2003

Adriano Romualdi: Del Mito ario de Europa al nuevo nacionalismo militante europeo

Adriano Romualdi: Del Mito ario de Europa al nuevo nacionalismo militante europeo

 



Ya han transcurrido treinta años de aquel infausto día de agosto de 1973, en el que nos abandonó traumáticamente Adriano Romualdi. Un vulgar accidente de automóvil nos dejó a todos, huérfanos de su magnífica presencia. Una trágica circunstancia que nos negó el privilegio de poder continuar creciendo y madurando nutriéndonos de su fuerza, de su sensibilidad, de su coherencia y de su intransigencia. Una auténtica desgracia para todo nuestro mundo.
 
Apenas han pasado treinta años, y no obstante parece que haya transcurrido una eternidad, tantos han sido los hechos y acontecimientos -de  buena  mala fortuna- que han intercalado esta separación.

Los escenarios políticos han cambiado, irrevocablemente; transformada asimismo la sociedad, el mundo entero está cambiando gradualmente y la realidad que se perfila en el horizonte no es precisamente de las mejores.

También “nuestra” fracción del mundo, el considerado “ambiente”, ha sufrido -en el transcurso de esto años- su propia transformación y también en este caso no parece que haya cambiado, a pesar mío, para mejor. Esto es lo que me horroriza.

El destino -burlón como siempre con nosotros-  ha demostrado no querernos bien privándonos de Adriano. ¿Quizás para poner a prueba nuestra capacidad? Dejando el destino aparte, rendimos honores legítima y justamente a aquel al que hoy podríamos calificar perfectamente como “maestro de vida”, pero no para conmemorar  -lo que sería bastante pobre y sobre todo injusto- sino más bien para evocar una presencia y un estilo que, en la memoria de la comunidad, no nos ha abandonado. La conmemoración es un acto debido, sin embargo la evocación es un acto querido, profundamente querido, así que la preferimos a la primera, sin menospreciar la devoción que  pueda embellecerlo.

Eran de esperar numerosas iniciativas con ocasión de este importante aniversario a los treinta años de su desaparición; sin embargo  nos hemos visto costritos a una superficial “distancia” que no permite prometer nada de positivo. Por lo tanto, aún más loable nos parece la generosa tenacidad manifestada por los camaradas de la Asociación Cultural Raido, en la voluntad, obstinada, de dar vida y alma a este convenio sin preocuparse de la eventualidad del éxito o no de la iniciativa, con la que damos testimonio coherentemente del vínculo a la fidelidad; y esto, en los tiempos que atravesamos, ciertamente no es poco.

Volviendo a Adriano Romualdi podemos decir que es una figura central para todos los que se aventuran en el difícil examen de las características que el radicalismo de Destra de derivación neofascista ha asumido, por su propia heterogeneidad y multiplicidad, desde los años sesenta en adelante. En el radicalismo de Destra incluimos el amplio ambiente del  MSI  de entonces (del cual el padre de Adriano, Pino Romualdi, fue cofundador y  continuó desarrollando importantes funciones directivas) y en el que como partícipe en la vida política de la más consciente formación neofascista, Romuladi criticaba ásperamente la línea legalitaria-moderada de la entonces secretaría Michelini (periodo que fue después definido con la expresión “estancamiento” micheliniano).

Por lo tanto podemos hablar de radicalismo, no sólo en la acepción evoliana del término, sino también como categoría comprensiva de toda el área neofascista que se agitaba en el escenario político de los años 60/70.

Un espacio político que ofrecía muchas claves de lectura, diferenciaciones y matices, a menudo contradictorios en algunos temas, que iban desde el análisis sobre política exterior, pasando por la cultura y las costumbres, cuestiones institucionales, hasta la definición de “sí mismos”. Es decir la lectura que los militantes neofascistas, aunque sería mejor definirlos como nacional-revolucionarios (definición correctamente adoptada por los pertenecientes a las facciones más radicales), tenían de sí mismos, con el fin de poder explicar y justificar su existencia, su presencia política y su papel de sujeto animador y cultural. Una exigencia de identificación que tenía también en cuenta la lógica filiación de los movimientos comprometidos con la derrota de 1945, pero que no quería permanecer oprimida por su pesada herencia.

En este clima de heterogeneidad, tensiones idealistas y antinomias surge la estatura intelectual y política de Adriano Romualdi que hará suya esta exigencia de identificación aportando su propia contribución interpretativa, en gran parte –aunque no solamente- mediante  el estudio del pensamiento de Julius Evola  gracias a la recíproca estima y consideración que lo acercaba al barón.

Entre las colaboraciones tanto en el ámbito misino como en el colateral de marcada impronta nacional-revolucionaria  -como es el caso del Centro de Estudios Orden Nuevo o con iniciativas político-editoriales de naturaleza tradicionalista-radicales como las Ediciones de Ar- se manifiesta la voluntad de Adriano Romualdi de rectificar el ámbito teórico-doctrinal interviniendo en la reflexión doctrinal y en la elaboración de universos ideológicos inherentes a una Weltanschauung tradicional, que debería haberse traducido en una concreta actividad política y haberse caracterizado como una radical alternativa a la praxis de negociación y compromiso típico de la entonces directiva misina. Uno de tantos ejemplos de esta elaboración teórica, lo encontramos en el contenido de un escrito dedicado a la correcta definición de El Estado del Orden Nuevo donde surgía bien evidenciada una aplicación de principios orgánico-tradicionales a una práctica formulación de ordenamiento institucional. Naturalmente en el provechoso empeño de Adriano Romualdi no podía faltar una toma de posición perteneciente al periodo indicado de la experiencia fascista, sobre todo por los reflejos que continuaba teniendo en la confrontación de colores que, también aunque sólo sea emotivamente se habían hecho pesados y repetitivos.

Una reflexión que no podía dejar de tomar nota del análisis que Evola había dedicado a la relación entre una “verdadera Destra tradicional” y el fenómeno fascista, después concretizado en la obra El fascismo visto desde la derecha.

En tal análisis se reasumía en la visión del fascismo como respuesta viril de reacción a la crisis de la Modernidad y ante la incipiente subversión bolchevique. Un conjunto de valores jerárquicos, heroicos e ideales que a través del combate actuaron como superior Idea formadora y animadora capaz de sustraerse al devenir histórico y favorecer así la aparición del Mito basado en la Idea del Estado, una especie de salida del ciclo de decadencia de la Civilización. Un análisis que se detenía en las diferentes “componentes” del humus fascista, y mucho menos en aquellas, entendidas como residuo populista, de matriz sindical que no interesaban ni siquiera mínimamente ni a Evola ni a Romualdi. De hecho, las vivencias del  periodo de la RSI fueron releídas a la luz de una interpretación combatiente-legionaria que ensalzaba el motivo de la justa salvaguarda del honor nacional violado, pero omitía conscientemente el debate relativo a la llamada “socialización” sobre la que el propio Evola había expresado, la mayoría de las veces, su propio, drástico y categórico juicio negativo. En suma éste era uno de los problemas más sentidos en el imaginario colectivo del neofascismo misino o no. El fascismo, y su vinculación a la RSI y a la socialización a ella atribuida, sufría el severo de esa componente del radicalismo de Destra que reclamándose en los valores de la Tradición se presentaba como un sujeto político irreconciliable no sólo con los estrechos escenarios políticos de la postguerra, sino también con una modernidad que estaba caminando directamente hacia la vía de la decadencia.

Podemos comprender cómo se elevó la estatura de Adriano Romualdi, pensador no conformista, no sólo por las temáticas que llegó a desarrollar,  frente a una derecha que por una parte braceaba en los pantanos del pequeño cabotaje parlamentario sin respiro, y por la otra que -para superar las dificultades estructurales- agitó reclamos emocionales y consoladores referidos a los buenos tiempos ya pasados, y de esta manera provocar la nunca adormecida vena nostálgica. A su vez la derecha no oficial, esto es, la “menos presentable” se esforzaba  -también con inteligencia- tratando  de enriquecer su propio bagaje político-cultural con corroborantes sorbos sacados de la fuente evoliana, no perdía la ocasión de emocionarse con la idea de los “nuevos centuriones” cuya llegada habría restablecido el Orden (el…nuevo, se entiende).

A Adriano Romualdi el literato -pero no sólo- le haríamos flaco favor si no evidenciásemos, a igual mérito, su virtud militante a la par de la virtud intelectual, la plenitud para ser tal exige que las dos vías, la de la contemplación y la de la acción, se entrecrucen generando una fecunda unión, y en Adriano Romualdi esta unión fue particularmente feliz: hombre de acción y al mismo tiempo hombre de pensamiento, un “hombre nuevo”, o sea, un auténtico arya, un nacido dos veces.

Un arya, de buena sangre, que no quiso apartar su propio pensamiento de la patria continental, la tierra de los padres, de su y de nuestra gente, la del común legado racial y de su historia tan dentro del corazón de Adriano Romualdi.

He aquí lo que nos llega por la plena nitidez y  sabia evocación de Adriano Romualdi, la imagen de Europa, el mito de Europa en toda su potencia. La Europa que, aún hoy, retumba proezas de nuestros antepasados arios y que ha sido revelada, como en una poesía, en unas de las páginas más bellas por él compuestas. Mito europeo  que se liga indisolublemente a la conciencia del inevitable crepúsculo de Occidente, un crepúsculo que pesa como la lápida de una tumba, y que ya fue anunciado por Oswald Spengler y por una vasta literatura de crisis, mayoritariamente de origen germánico, bien conocida por Adriano Romualdi.

Un crepúsculo anunciado hace tiempo, que manifiesta  todo su dramatismo en los días posteriores a la catástrofe política y militar de 1945, cuando los combatientes de la Nueva Europa, las vanguardias manifiestas de aquella nueva jerarquía de los rangos, auspiciada por Nietzsche y casi realizada por Hitler -quien había dado el verdadero contenido al “milagro” de un Nuevo Orden europeo- capitularon, cayendo en la mordaza de las tenazas americano-bolcheviques.

Un diabólico lazo que no acaba de estrangular el cuello de Europa y que amenaza con ahogarla después de haberla aturdido bajo los golpes de una incesante propaganda debilitante: democrática, progresista, igualitaria y cosmopolita.

Contra esta abominación se alzó con fuerza el llamamiento de Adriano Romualdi, dirigido al área del radicalismo de Destra y también hacia los “buenos europeos” de modo que abrazasen la batalla europeísta por medio de un nuevo nacionalismo militante europeo que renovando las arcaicas y ancestrales raíces culturales y por lo tanto raciales de la Europa de los orígenes, encontrase las motivaciones superiores para legitimar su acción política. La Europa a la que se refiere Adriano Romualdi no es cierto que sea la “vieja prostituta que ha copulado en todos los burdeles y que ha contraído todas las infecciones ideológicas” tácitamente estigmatizada por Franco Freda en La desintegración del sistema. También en la polémica con la derecha burguesa y conservadora, Romualdi delinea las referencias partiendo y basándose en Platón y añadiendo a Gunther, pasando por Nietzsche: su fundamento espiritual, su patrimonio moral, también su titanismo prometeico y los anhelos faustianos y guerreros armonizados en aquel organicismo sacral hecho de vínculos autoritario-sacrales y jerárquicos. Europa es una visión del mundo, un sano sentido de pertenencia a la raza blanca, la aceptación viril y consciente de una Tradición de origen indoeuropeo, de valores cualitativos, aristocráticos que desde la civilización clásica de la Hélade han llegado hasta nosotros. Esto nos hace comprender por qué Adriano Romualdi  manifestó declaradas simpatías hacia la Alemania nacionalsocialista, a su modo de ver –y también al nuestro-, el único gobierno europeo que poseyó tal conciencia. Así pues para Adriano Romualdi el mito europeo debe dar contenido  concreto  del nacionalismo europeo del futuro, que habría encontrado en los valores de la sangre, de la etnia, del enraizamiento en la tierra de los padres, en el culto de los antepasados la fuerza para alimentar la lucha. Para afirmar, al mundo entero y contra el sentido de la historia impuesto por los vencedores, la realidad viva de Europa-Nación. También esto ha sido parte del gran sueño que Adriano Romualdi ha tenazmente testimoniado durante su breve existencia, y que ha querido transmitirnos. ¿Hemos estado todos, las generaciones pasadas y presentes, a la altura de tales tareas, de tales enseñanzas? ¡Probablemente no!  Si hoy, nos acercamos a Adriano Romualdi, a su persona, a su pensamiento, con respeto y pudor no podemos no lamentarnos de esto. Alguien, en el pasado, lo definió como nuestro “hermano mayor”, y ciertamente es una bella imagen, conservémosla. Él es parte importante de nuestra familia.


Maurizio Rossi



El presente texto forma parte de la intervención de Maurizio Rossi en las actas del Convenio de estudio sobre la figura y la obra de Adriano Romualdi, en el  trigésimo aniversario de su desaparición, en Roma el 15 de noviembre del año 2003, organizado por la Asociación Cultural RAIDO y publicadas por la misma patrocinados por el Presidente de la Región del Lacio, el Ayuntamiento del II Municipio de Roma y la Fundación Julius Evola.

 

Adriano Romualdi: Las últimas horas de Europa.

Adriano Romualdi: Las últimas horas de Europa.

 

El próximo agosto, se cumplen treinta y cinco años de la partida de Adriano Romualdi. Tenía treinta y tres años, un importante bagaje político y cultural, años de lucha y militancia en las filas de la resistencia europea y un futuro prometedor en la enseñanza universitaria y en el mundo cultural y político italiano. Quizás, otros hubieran sido los pasos del ambiente político alternativo italiano y por ende europeo si Adriano continuara con vida, no lo podemos saber. Sin embargo, su corta vida no fue en absoluto estéril. Puede que como su mentor, Julius Evola, dijo al conocer su muerte, nuestro mundo perdiera aquella trágica noche de agosto a “uno de sus representantes más cualificados”, pero Adriano Romualdi nos legó, a pesar de tan temprana muerte, una parte importante de su pensamiento y es deber de los actuales militantes identitarios europeos difundir estos textos.

Ediciones IdentidaD se estrena con uno de los mejores escritos de Adriano Romualdi, publicado en Italia de manera póstuma en 1976 con el sugestivo título de Las últimas horas de Europa. Adriano Romualdi, sin estériles pretensiones, sin protagonismos superfluos, por pura lucha, fue un gran ejemplo de lo que deberíamos entender por militante, no fue un intelectual, fue sobre todo un hombre de acción, conjugaba perfectamente sus horas de estudio, sus investigaciones y sus creaciones escritas, -realizadas como un ejercicio de combate- con la lucha política y cultural, incluso con el combate en la calle cuando la ocasión lo requería. Todos los aspectos de su paso por la vida fueron esfuerzo, voluntad indomable, lucha y militancia. En todos estos aspectos, entendía su vida como una milicia en las que el pensamiento y la acción, frente a la comodidad y el conformismo, se unían en la búsqueda de la verdadera realidad interior, siendo siempre consciente de la extrema dureza que eso significaba para el que se sabía resistente frente a un mundo que en todas sus dimensiones le era extraño y enemigo. Por ello, no es de extrañar, que un tema como el de los últimos días de la última gran guerra mundial despertara en él el suficiente interés para escribir un texto que hoy, casi setenta años después de aquellos días, tiene tanta importancia y actualidad.

Independientemente de los hechos históricos, que no obstante, es preciso recordar desde una perspectiva diferente a la de la propaganda de los vencedores, sobradamente conocida, y que Romualdi, como buen historiador, relata y contrapone de forma magistral, quizás lo importante de este libro sea el mensaje que su autor da a conocer y del que son fundamentales dos ideas, por una parte el ejemplo de abnegación, resistencia y heroísmo de una generación de militantes que llevó sus valores e ideales en defensa de la identidad y la esencia de Europa a sus últimas consecuencias y que supone un ejemplo y unos valores hoy del todo necesarios para resistir a las últimas y más peligrosas fases del proceso de disolución que se inició para Europa en las jornadas en las que trascurre este relato. Por otra parte, la idea de Europa, presente en toda la obra y pensamiento de Romualdi, es quizás en este texto más protagonista que nunca, precisamente por desarrollarse en estas últimas y terribles horas una lucha furiosa y desesperada donde Europa se jugaba su propia existencia. En aquellas últimas horas, se muestra más real que nunca la conciencia de la verdadera identidad europea y la necesidad de la lucha sin cuartel contra los que con la fuerza de las armas destruían el sueño del renacer europeo, la herencia milenaria y los principios de una civilización que se negaba a desaparecer. Aquellos fueron los últimos momentos de Europa pero no de la idea de Europa, una idea que debe hacerse fuerte en la lucha no finalizada, una lucha que como Romualdi bien sabía empieza en los que se reconocen herederos de los valores y ejemplo de aquellos que murieron heroicamente por la única y verdadera Europa, valores que forman los cimientos para la recuperación de aquellos ideales casi olvidados, quedando patente con este último sacrificio, que de aquella derrota deben surgir las energías y voluntad para la recuperación de la identidad, futuro y destino europeos.

Adriano Romualdi se encarga, treinta y cinco años después de su partida, con este magnífico y del todo recomendable texto, de mantener viva la llama de esta antigua y eterna lucha.

Enrique Monsonís

Ficha técnica:

Título: Las últimas horas de Europa

Autor: Adriano Romualdi

Editorial: Ediciones IdentidaD

Colección: Historia nº 1

Tamaño: 15x21 cm.

Páginas: 200

Cubiertas: encuadernado en cartulina peliculada con solapas

Pedidos:

Precio venta al público: 20,00 euros + gastos de envío (3 euros para España)

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