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Pino Romualdi

Pino Romualdi

 

Hace veinte años, el 21 de mayo de 1988, moría en Roma Pino Romualdi a sus setenta y cinco años.

 Había nacido a Predapio, la ciudad natal del Duce, el 24 de julio de 1913. Fue voluntario en la guerra de Etiopía. Periodista, dirigió durante algún tiempo Il Popolo di Romagna, para  partir como voluntario en el frente griego-albanés, durante la guerra mundial. Después del 8 de septiembre se adhirió al Partido Fascista Republicano del que llegó a ser vicesecretario nacional (el cargo inmediatamente posterior al que ocupaba Alessandro Pavolini). Sobrevivió a la depuración y estuvo entre los fundadores del MSI donde desarrolló la tarea de vicesecretario nacional y después de presidente. Su hijo, Adriano, prematuramente desaparecido fue probablemente la mente ntelectual-militante más brillante del neofascismo.

 

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La tradición perenne en Adriano Romualdi.

La tradición perenne en Adriano Romualdi.

Fue a finales de los años sesenta, frecuentar un Liceo en Palermo –como dirigente de la Giovane Italia– a partir del 1968, era peligroso. Lo que me salvó entonces a mí y a parte de los jóvenes de Destra, de la deriva nihilista y violenta (pensemos en Magiameli y en Concutelli), fue precisamente el encuentro decisivo con Adriano Romualdi a través del símbolo de una época que fueron las noventa paginas publicadas, por el nunca suficientemente recordado ingeniero Giovanni Volpe en la "Collezione Europa", bajo el título de Julius Evola: l’uomo e l’opera en el año fatídico de 1968, septuagésimo del Maestro nacido en Roma –quizás por voluntad del Hado– pero ciertamente de la muy siciliana familia de los Guisi, provincia de Palermo.

Aquella pequeña obra, cuando yo tenía catorce años, me hizo descubrir al barón, que después habría conocido y frecuentado durante los últimos tres años de su vida, reeditando, entonces, en mi neo-nata Edizione Thule, dos pequeñas obras que el mismo Evola quiso titular como Note sulla Monarchia (1972) y Prospettive sui Miti della Spiritualità Eroica (1973). Pero fue al principio de los años 70, cuando tuve experiencia asociativa y formativa de mi juventud. Esto es, la participación activa en el Centro siciliano di Studi Tradizionali de la calle General Atreva en Palermo animado por Gaspare Canonizzo (benemérito y todavía hoy un coherente y combativo Director de Via della Tradizione) y Orazio Sbacchi, hombre de indudable profundidad intelectual, con otros bravos amigos como Salvador Ruta de Messina, Felice Cammerata, Lorenzo Giordano, Guido Laure, Angelo Cona, Francesco Ragonese, Alfredo Montini, Pier Luigi Aurea. Fue precisamente con el grupo palermitano y con la revista de Canizzo, en la que Adriano Romualdi comenzó a colaborar tempranamente. Y fue gracias al profesor Giuseppe Tricoli, historiador y hombre político de una raza desaparecida, que Adriano Romualdi pudo ser nombrado, en la Facultad de Magisterio de Palermo, profesor adjunto ordinario. Y fue Tricoli quien corrigió con amor y rigor el volumen póstumo, querido por su padre, Il Fascismo come fenomemo europeo. Entre el “Centro” de calle Atreva y los paseos palermitanos surgió un intensa camaradería con Adriano y me gusta recordar el día entero transcurrido con Él en el Monte Pellegrino, a la búsqueda de los mitos que acompañan la época de los grafitos de las grutas del Addarra, el sagrado monte palermitano.

Adriano Romualdi, no sólo porque fue un muy digno hijo de Pino (al que incluso tuve el honor de frecuentar y luego publicar, su Intervista sull’Europa), fue ciertamente un hombre de la Derecha radical europea, ni patriotera ni conservadora (aunque, con reserva, Adriano admiró el conservadorismo de Giusseppe Prezzolini), heredero, sin banales nostalgias, de los muchos y variados «fascismos». Lo que intentaba Adriano, hombre sin embargo sabiamente templado, era reconducir, resumir y actualizar el «problema del la Tradición europea». Sobre estos temas, llevó a cabo muchas búsquedas, filológicamente irreprochables, e indudablemente motivadas por un pathos viril y consciente, en una palabra clásico. A la decadencia de la Europa de aquellos años (de esta Europa de nuestro tiempo de los mercaderes y los banqueros, de los agnósticos y de los mentecatos de la política, es superfluo hablar, ¡basta con constatar!), Romualdi opuso la raíz del mito y la historia eterna. Contra la lectura racionalista e iluminista, localizó cautelosamente los símbolos permanentes, los valores fundamentales. Consciente del ocaso de Spengler, Romualdi quiso citar a los Maestros clásicos y los «buenos» del Romanticismo, pero sobre todo propugnó, como a Su Mayor y Maestro Evola, la revuelta contra el mundo moderno, activa y contemplativa al mismo tiempo. Adriano, lo escribió y me lo expresó muchas veces, la lectura cautísima, de René Guénon, de la Crisis y sus aspectos nivelados, no bastaba.

 

 

El guerrero, el caballero tenía que ser (sin ilusiones de Victoria, porque ésta poco contaba) libre y determinado, fuerte en la fe y hábil en la espada. Un combatiente, no un soñador.

 

La «Tradición Perenne» en Adriano Romualdi es ciertamente dinámica, revolucionaria en la acepción –también nietzcheana– del «eterno retorno» al punto originario.

 

Es precisamente en las páginas palermitanas de Via della Tradizione, donde Romualdi traza un cuadro orgánico del mundo de la Tradición con un largo ensayo publicado en tres partes: en los números 3, 4 y 5 –es decir desde el número de julio de1971 al número de enero-marzo de 1972–, con el título Sul problema de una Tradizione Europea. Bien entendida, sin sustraer nada a la tradición específica de la otra Europa, y por tanto, espiritual y civilizadora, escribe, al «espiritualismo genérico y anti-histórico que pudiera degradarse y llegar a ser una "segunda religiosidad" de función antioccidental».

El objetivo de Romualdi, hablando de Tradición y de Europa, está dirigido a «intentar una síntesis cuyo significado sea la identificación de una tradición europea».

Para dar un contenido, un sentido a tal hipótesis, para hacer brillar tal fundamento que como un resto precioso debe señalarse, Romualdi no identifica en la ecuación «cristianismo-civilización europea», porque ya en el mundo clásico grecorromano o en los pueblos del Norte, pero incluso también a los que llama los «occidentales del Oriente», es decir de India y Persia, juegan «un papel de primer plano en la definición de una espiritualidad indoeuropea y blanca», basada en el Orden. En efecto cita el Himno a Mitra y Varuna: «Con el Orden vosotros sujetáis todo el mundo. En el cielo vosotros colocáis el chispeante carro del Norte». «Esta concepción del orden – continuaba Romualdi– es distinta a una actitud quietista e inmovilista. Al contrario, esta es una intuición sobre multiplicidad del ser por la que cualquier riesgo, pérdida o herida se vanifican frente al principio reintegrador del Todo». No al azar cita luego los versos de Goethe del Eins un dalles. En buena sustancia los europeos, Romualdi dice, son el «pueblo de la luz».

«El pueblo destinado a llevar el logos, la ley, el orden, la medida. El pueblo que ha divinificado al Cielo frente a la Tierra, el Día frente a la Noche. La raza olímpica por excelencia». Es una elección, continua, destinada a señalar una orientación durante milenios; contra la nivelación y a la promiscuidad, está el orden de la luz, la familia y el Estado. La decadencia en la «fraternidad» espuria, tiene en el cristianísimo de los orígenes –para Romualdi– la articulación de una abjuración del clasicismo en su sentido extenso, con nuevos modelos espirituales y sociales. Es sólo alrededor del año mil cuando las «generaciones románico-germánicas emprenden, cada vez más rápidamente, un proceso de reasimilación del cristianismo»; será, todavía dice, bajo la mirada clara de los rostros góticos del cristianismo en el que se «alumbra su sustancia y se hace olímpico» y con ello «la restauración de un Imperio que es romano y sagrado a un tiempo. Así, al pacifismo cosmopolita del primer cristianismo, sucede el movimiento de la guerra santa y la bernardiniana laus novae militiae».

La concepción orgánica del kosmos propia de la cultura griega reflorece, a través de los estudios aristotélicos en Santo Tomás de Aquino. Con ello, la cultura clásica recobra el dominio del espíritu europeo mucho antes del Renacimiento y en un contexto menos individualista e intelectualista. Es por esto que la estación medieval de la civilización europea, lejos del ser aquella abstracta «negación del mundo», es en realidad la de una integración del kosmos visible en lo ininteligible. No es de extrañar que Romualdi cite, copiosamente, en este sentido, el itinerarium mentis in Deum de san Buenaventura y con él, Dante en la dimensión no fideística sino la de la recta ratio, como «certeza de cosas esperadas y argumento de lo que se tiene apariencia»

El discurso de la edad media religiosa es para Nuestro autor (Romualdi) «siempre en función de una lógica del orden (…) la antigua vocación a la racionalidad olímpica resurge y, con la misma pasión geométrica que proyectó en el espacio las columnas dóricas, se mide el kosmos con la valiente matemática de las catedrales góticas. En tal modo el cristianísimo, romanizado en los órdenes jerárquicos, germanizado en la sustancia humana y helenizado por la continua transfusión de aristotelismo y neoplatonicismo, que adquiere plena ciudadanía en Europa». Romualdi en todo caso subraya que «la letra del dogma cristiano choca contra una metafísica originaria» y por ejemplo toma en consideración, siguiendo la estela de Evola, la mística medieval europea, que tendería a «evadirse del cuadro del cristianismo»: cita Meister Eckart y al «centro del alma» de Plotino, para llegar a la afirmación «pagana» que «el hombre noble es el que se aventura en esta zona que lo hace idéntico a Dios».

En todo caso, «el injerto de la religiosidad cristiana en la sustancia espiritual europea es un hecho innegable» y dura hasta el final del siglo XVIII, cuando «el concepto de cristiandad: un ecumene unida no sólo por una religión, sino por una costumbre de mansedumbre y firmeza alejada de cada exceso y que opone de hecho al cristiano, como el europeo al bárbaro. Es en este sentido que Nietzsche alabó el auténtico cristiano como uno de los tipos más respetables de la civilización europea. Frente al salvaje, pero también al turco y al oriental, el cristiano se definía por la «medida» en el practica de la fe y en el comportamiento; es esta mayor medida o pureza que es sentida inmediatamente como el carácter de la civilitas europea de raíz cristiana. Así, la cristiandad deviene la fórmula en que se recogen las características del “Homo Aeropaeus”». Pero el cristianismo, en tal acepción, para Romualdi, no es más que una estación, incluso importante, de la vuelta al Clasicismo, del «canon clásico». La crítica que Romualdi le hace al hombre europeo de los últimos cientos de años (estamos a principio de los años setenta) está motivada fuertemente (no tanto a los efectos de la reforma, ni a Napoleón -pongamos- a Cavour, personajes que podrían admirarse) sino en que «la curación es un patrimonio exclusivo del enfermo». Está aquí la clave de la investigación y de la perspectiva romualdiana: no considerar –contra escolásticas a menudo embalsamadas– el ciclo como conclusivo. Más bien el problema no se soluciona en la abstracción existencialista y/o espiritualista sino «en encontrar una forma espiritual capaz de contener tres o más milenios de espiritualidad europea».

Una forma no sincretista, sino «activa en un mundo cuyo tema central es del dominio de las fuerzas elementales. La invasión de lo elemental -técnica, distancia, excitación - parece ser la característica de nuestra época. Esto hace necesaria una capacidad de disciplina y ejemplificación ajena de toda caída espiritualista. Un estilo que casi quiera coger de las luces blancas, firmes y metálicas de cierta modernidad, el presagio de un nuevo clasicismo. El estilo de una metafísica del esfuerzo y la formación del sí mismo».

Fundir «claridad antigua y audacia moderna» es, para Adriano Romualdi, la temática propuesta para una «nueva espiritualidad europea». En eso es profeta y anticipador, también en retomar y mirar la naturaleza «como manantial de meditación religiosa. La niebla en los bosques por la mañana, los perfiles sauros de los montes nos hablan de pureza y distancia».

Incluso insistiendo sobre el «Hombre blanco» de modo determinista, con los límites de una investigación que tuvo que desenvolverse y principalmente caracterizarse, la aportación innovadora hacia una Tradición perenne, es una importante y decisiva contribución innovadora a cualquier estéril y paralizante ortodoxia. De Platón y Nietzsche, de Evola a los combatientes del honor de Europa, refulge a los despavoridos, a los traidores, la coherencia adamantina de Adriano Romualdi y con él la búsqueda de nuevas vías de la Tradición y la Política, en mayúsculas, «destinada a ser nuestro destino» según sus palabras. Tendremos, teníamos, necesitamos del ejemplo y de la enseñanza de Adriano Romualdi a treinta años de su trágica desaparición, para no ceder, para no enterrar en el fraccionamiento infantil, un elevado mensaje. Encontrar el fundamento de la política es, por lo tanto –hoy en estos tiempos oscuro para nuestra Patria– volver viviente la perenne Tradición de los Padres y darle renovado sentido.

Tommaso Romano.

Con Adriano

Con Adriano

Autor: Vincenzo Zitelli

Editor: Vincenzo Zitelli

Páginas: 26

Año: 2007

 

 

Los Dioses aman quien muere joven, decía la antigua sabiduría. Los Dioses amaron Adriano Romualdi, cercenando el hilo rojo de la vida terrena en la flor de los años, de la virilidad, del empeño intelectual y político. Obrando de esta manera lo conseñaron a la Historia y a nuestra memoria venidera, condenados a vivir, o quizá, sobrevivir hasta esta lívida alba de sangre del Tercer Milenio cristiano,

 

Adriano Romualdi, Introducción a: Arthur de Gobineau, La desigualdad de las razas , Edizioni dell Solstizio, Roma 1972.

Adriano Romualdi, Introducción a: Arthur de Gobineau, La desigualdad de las razas , Edizioni dell Solstizio, Roma 1972.

Hay libros que actúan sobre la realidad de muchos de los hechos políticos y que, saliendo del círculo estrecho de la discusión, se convierten en idea-fuerza, mitos, sangre que alimenta los procesos históricos. El más típico es indudablemente El Capital de Marx, un estudio histórico-económico que se ha convertido en dogma religioso, arma de batalla, evangelio del vuelco mundial de todos los valores cumplimentado por la casta servil. A estos libros pertenece el Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas del conde de Gobineau, ignorado durante el tiempo que el autor vivió pero que - difundido en Alemania después de su muerte - fue destinado a transformarse en un de las más poderosas idea-fuerza del siglo XX: el mito de la sangre del nacionalsocialismo alemán.

Arturo de Gobineau nace en Ville d’Avray en el 1816 de una familia de antiguo origen normando. Poco antes de morir, en el Histoire d’Ottar Jara él revivirá los hechos del conquistador vikingo que arribó a las costas de Francia dando origen a su familia. El padre de Gobineau fue capitán en el Guardia Real de Carlo X. Después de la revolución del 1830 se apartó a vivir en Bretaña mientras el hijo fue a estudiar a Suiza. Aquí Gobineau aprendió el alemán y tuvo modo de asomarse a las vastas perspectivas que la filología germánica abrió en aquellos años. Ya Federico Schlegel en su Ueber die Sprache und Weisheit der Inder enseñó la afinidad entre las lenguas europeas y el sánscrito planteando una migración aria de Asia a Europa; en 1816, Bopp con su gramática comparada del griego, sánscrito, persa, griego, latino y gótico fundó la filología indoeuropea; por su parte, los hermanos Grimm redescubrieron el Edda y poesía germánica haciendo revivir el antiguo heroísmo y la primordial mitología germánica mientras Kart O. Müller halló en los dorios (Die Dorier, 1824) el alma nórdica de la antigua Grecia. Así, Gobineau tuvo modo que familiarizarse desde la adolescencia con un mundo que la cultura europea iba lentamente asimilado.

En 1834 Gobineau va a París. No es rico, y trata de hacerse paso como escritor y periodista. De sus obras literarias de entonces, Le prisionnier chancheux, Ternote, Mademoiselle Irnois, Les aventures de Nicolas Belavoir, E’Abbaye de Thyphanes, muchas páginas han resistido la usura del tiempo.

Un artículo aparecido en la Revue de deux mondes lo puso en contacto con Alexis de Tocqueville, el famoso autor de La democracia en América, también él de antigua estirpe normanda. Esta amistad les unió toda la vida a pesar de las fuertes diferencias de opinión entre los dos hombres: Tocqueville, el aristócrata que se resigna, y - sea incluso con melancolía - acepta la democracia como una realidad del mundo moderno y Gobineau, el aristócrata que se rebela e identifica la civilización con la obra de una raza de señores.

Fue Tocqueville, nombrado Ministro de Exteriores, quien llamó al amigo como jefe de gabinete. En vísperas del golpe de estado napoleónico Tocqueville dimitió; En cambio Gobineau hizo buen cara al cesarismo que - si bien no le reportaba a la predilecta monarquía feudal - al menos colocaba las esposas a la democracia y al parlamentarismo. Entró en diplomacia y fue como primer secretario a tomar la delegación de Berna. Es en Berna que escribió el Essai sur el inégalité des races humaines, cuyos dos primeros volúmenes aparecieron en el 1853, los segundos en 1855.

El ensayo retoma los movimientos del gran descubrimiento de la unidad indoeuropea, es decir de una gran familia aria extendida desde Islandia hasta la India. La palabra latina pater, el gótico fadar, el griego patér, los sánscritos pitar se revelan como derivaciones de un único vocablo originario. Pero si ha existido una lengua primordial de la que se han ramificado varios lenguajes, también habrá existido un estirpe primordial que - moviendose desde su patria originaria - difundirá este lengua en el vasto espacio existente entre Escandinavia y el Ganges. Es el pueblo que se dio el nombre de ario, término con el que los dominadores se designaban a sí mismos en contraposición a los indígenas de las tierras conquistadas (compara el persa y el sánscrito arya = noble, puro; el griego àristos = el mejor; el latino herus = dueño; el tudesco Ehre = honor).

Es aquí donde se encauza el razonamiento de Gobineau, movilizando a favor de sus tesis los antiguos textos indios nos muestra a estos arios prehistóricos - altos, rubios y con los ojos azules - penetrando en la India, en Persia, en Grecia, en Italia para hacer florecer las grandes civilizaciones antiguas. Con una demostración muy forzada también las civilizaciones egipcia, babilonia y china son explicadas con el recurso de la sangre aria. Cada civilización surge de una conquista aria, de la organización impuesta por una elite de señores nórdicos sobre una masa.

Si comparamos entre si a las tres grandes familias raciales del mundo la superioridad del ario nos aparecerá evidente. El negro de frente huidiza lleva en el cráneo "los índices de energías groseramente potentes". "Si sus facultades intelectuales son mediocres - Gobineau escribe - o hasta nulas, él posee en el deseo… una intensidad a menudo terrible". Consecuentemente, la raza negra es una raza intensamente sensual, radicalmente emotiva, pero falta de voluntad y de claridad organizadora. El amarillo se distingue intensamente del negro. Aquí los rasgos de la cara son endulzados, redondeados, y expresan una vocación a la paciencia, a la resignación, a una tenacidad fanática, pero que él diferencia de la verdadera voluntad creadora. También aquí tenemos que ver a una raza de segundo orden, una especie infinitamente menos vulgar que la negra, pero falta de aquella osadía, de aquella dureza, de aquella cortante, heroica, inteligencia que se expresan en el rostro fino y afilado del ario.

La civilización es pues un legado de sangre y se pierde con el mezcolanza de la sangre. Ésta es la explicación que Gobineau nos ofrece de la tragedia de la historia del mundo.

Su clave es el concepto de la degeneración, en el sentido propio de esta palabra, que se expresa en el alejamiento un género de su tipo originario (los alemanes hablarán de Entnordung, de desnorcización). Los pueblos antiguos han desaparecido porque han perdido su integridad nórdica, e igualmente puede ocurrir a los modernos. "Si el imperio de Darío todavía hubiera podido poner en campo a la batalla de Arbela persas auténticos, a verdaderos arios; si los romanos del basto Impero hubieran tenido un senado y una milicia formadas por elementos raciales iguales a los que existieron al tiempo de los Fabios, su dominación no habría tenido nunca fin."

Pero la suerte que ha arrollado las antiguas culturas también nos amenaza. La democratización de Europa, iniciada con la revolución francesa, representa la revuelta de las masas serviles, con sus valores hedonísticos y pacifistas, contra los ideales heroicos de las aristocracias nórdicas de origen germánico. La igualdad, que un tiempo era sólo un mito, amenaza de convertirse en realidad en el infernal caldero donde lo superior se mezcla con lo inferior y lo que es noble se empantana en lo innoble.

El Essai sur el inégalité des races humaines, si en muchos rasgos aparece hoy envejecido, conserva una sustancial validez. Gobineau tiene el gran mérito de haber afrontado por primera vez el problema de la crisis de la civilización en general, y de la occidental en particular. En un siglo atontado por el mito plebeyo del progreso, él osó proclamar el fatal ocaso de cada cultura y la naturaleza senil y crepuscular de la civilización ciudadana y racionalista. Sin el libro de Gobineau, sin los graves, solemnes golpes que repican en el preludio del Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, y en aquellas páginas en que se contempla la ruina de las civilizaciones, toda la moderna literatura de las crisis de Spengler, a Huizinga, a Evola resulta inimaginable.

Falta valorar la solución que Gobineau ha ofrecido problema de la decadencia de la civilización. A menudo es simplista. El mito ario, queda como indispensable instrumento para la comprensión de la civilización occidental, no se puede explicar mecánicamente el nacimiento de las varias civilizaciones del globo. Gobineau se encarama sobre los espejos para encontrar un origen ario a las civilizaciones egipcia, babilona, chino. Aunque muchos recientes estudios ayudarían a sus tesis (piénsese en la hipótesis de un Heine-Geldern sobre una migración indo-europea de la región póntica a China, o a la comprobación de un elemento ario en el seno a los casitas que invadieron Babilonia y a los hyksos que dominaron Egipto), queda el simplismo de los métodos demostrativos gobinianos. Además, los materiales arqueológicos y filológicos de que él se servirá son completamente inadecuados frente a la masa de los datos de que disponemos hoy (1).

Y sin embargo, la idea de un diferente origen de las razas está demostrada por los estudios más recientes en la materia (Véase Coon. L’origene delle razze, Bombiani 1970), mientras que las estadísticas sobre los cocientes de inteligencia asignan un valor cuantitativo inferior a los negros con respecto de los blancos y a los amarillos. Mientras la civilización blanca arrastra en su movimiento a los pueblos de color, ellos se revelan en su mayor parte imitadores y parásitos, de lo que no hay duda que de que el mestizaje de la humanidad blanca conduciría a un estancamiento, si no a un retroceso. La crisis de las cepas germánicas y anglosajonas, a cuya voluntad e iniciativa se debe el dominio euro-americano sobre el mundo, y que en el tipo blanco representan el elemento más puro, es seguro la más dramática situación desde los principios de la historia.

La gran obra del Ensayo sobre la desigualdad de la razas fue terminada. Pero la cultura francesa no se dio cuenta.

Tocqueville intentó consolar a Gobineau profetizando que este libro sería introducido en Francia desde Alemania: fue en efecto una respuesta a un problema surgido en la cultura alemana, y de ella habría regresado a Francia, desde Alemania: fue en efecto una respuesta a problemas surgidos en la cultura alemana, y en ella habría sido discutida. De Berna, Gobineau pasó a Fráncfort, luego - como ministro plenipotenciario - a Teherán, Atenas, Rio de Janeiro y Estocolmo. El tiempo que estuvo en Persia le permitió dedicarse a sus predilectos estudios orientalísticos. El Traité des écritures cuneiformes, La Historie des Perses, Réligions et philosophie dans l’Asia centrale. También escribió las Nouvelles Asiatiques y, siempre en literatura, la novela Adelaida, el poema Amadis, el fresco histórico sobre La Renassance y la que es quizás su novela mejor lograda: Les Pleiades.

La guerra franco-prusiana le sorprende en el castillo de Trye que formaba parte del antiguo dominio de Ottar Jara y que él adquirió. No se hacía graciosas ilusiones (un biógrafo suyo cuenta: "El canto de la Marsellesa, los gritos: a Berlín!, repugnaron a su naturaleza. No le dio el nombre de patriotismo a esas sobreexcitaciones peligrosas, demasiado ayuntamientos con las razas latinas. Donde divisó síntomas funestos"), pero en su calidad de alcalde organizó la resistencia civil contra el invasor. Sobrevenidos los prusianos, se comporta con gran dignidad y, aunque se valiera de la lengua alemana como la suya propia, nunca quiso hablar con ellos otra que el francés.

El desastre del los años 70 y la suspensión de su candidatura a la Academia de Francia le disgustaron completamente. La misión a Estocolmo, en aquella Escandinavia que quiso como a una segunda patria, le fue de algún consuelo, hasta que en el 1877 fue jubilado anticipadamente. Para Gobineau transcurrieron los últimos años de su vida entre Francia e Italia. En Venecia conoció a Richard Wagner el cual dijo de él: "Gobineau es mi único contemporáneo". Un reconocimiento basado en una recíproca afinidad. Ambos advirtieron el atractivo romántico de los orígenes primordiales: los tonos profundos que se vislumbran en los abismos del caudal de El oro del Rin son los mismos que repican en el Essai sur el inégalité des races humaines. Fue Wagner quien presentó a Gobineau al profesor Schemann de Freiburg, el cual fundaría el Gobineau-Archiv.

Gobineau murió de repente en Turín en el octubre de 1882. Nadie pareció darse cuenta de su desaparición. Fue universalmente admirado como un hombre de espíritu y como brillante conversador. Años después, fue cuando en la universidad comenzaron a haber cursos sobre de él, Anatole France dijo: " Je el ai connu. El venait chez el princesse Matilde. Ello était un grand diable, parfaitement simple et très spirituel. On savait qu'il écrivait des livres, maíz personne de ello les avait lus. ¿Alors, el avait du génie? Comme c’est curieux."

Fueron los alemanes los que lo valorizaron. Wagner le abrió las columnas del Bayreuther Blätter: ahora el wagneriano Hans von Wolzogen, Ludwig Schemann, Houston Stewart Chamberlain anunciaron su obra. Fue Ludwig Schemann quien fundó el culto a Gobineau instituyendo un archivo cerca de la universidad de Estrasburgo, entonces alemana. En el 1896 Schemann fundó el Gobineau-Vereinigung que difundiría el gobinismo en toda Alemania. En el 1914 pudo contar con una red influyente de protectores y amistades; el Kaiser mismo la subvencionó y buena parte del cuerpo enseñante fue influido por sus ideas.

Sobre la estela de la obra de Gobineau nació el racismo: Vacher de Lapouge, Penka, Pösche, Wilser, Woltmann, H. S. Chamberlain y luego - después de la guerra - Rosenberg, Hans F. K. Günther, Clauss retomaron las intuiciones gobinianas y las amplificaron en un vasto organismo doctrinal. En el 1933 el Nacionalsocialismo - asumiendo el poder en Alemania - reconoció oficialmente la ideología de la raza. Se realizó así lo que Wittgenstein había profetizado a Gobineau: "Vos os decís un hombre del pasado, pero en realidad sois un hombre del futuro."

El batalla de Gobineau no fue en vano. Él escribió: "Quand la vie n'est pas un bataille, ell n'est rien."

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Las citas aquí indicadas están sacadas del primer libro del Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, Ediciones de Ar, Padua 1964.

(1) Una exposición moderna de las migraciones arias y su importancia para la civilización he tratado de exponerla en mi "Introduzzione al problema indoeuropeo" en el prólogo al libro de Hans F. K. Günther, Religiosità indoeuropea, Edizioni de Ar, Padua 1970. A ella me remito para quién de este ensayo sobre Gobineau le llevara el deseo de conocer los puntos de vista más recientes en arqueología, filología y antropología.

Recensión de Citazioni (Julius Evola)

Recensión de Citazioni (Julius Evola)

La siguiente referencia al libro titulado Citazione di Julius Evola, recopilado por Giovanni Conti, fue publicada por el rotativo romano Il Giornale d´Italia en su edición de 6-7 de julio de 1972.

La colección “l árchitrave” presenta dos volúmenes dignos de atención. El primero es una selección de citas de Julius Evola que constituye una apreciable contribución a la divulgación de este, nada fácil, autor; el segundo, un estudio –provisto de una antología– sobre la “verdadera sociedad”

El nombre de Evola ya lo ha oído una buena cantidad de personas, aunque no sea más que por las periódicas y alarmantes campañas que la prensa conformista lanza en cualquier momento, contra la “cultura de derecha”. De hecho, no hay duda de que esta “cultura de derecha”, Evola es la figura más representativa: sus libros no se venden por decenas de millares, pero –en compensación– no son libros de paradojas ni chistes, sino veinticinco volúmenes que orientan sobre todos y cada uno de los principales problemas del espíritu contemporáneo. Giovanni Conti ha sabido extraer de las miles y miles de páginas de Evola los pasos fundamentales, las frases iluminantes que aíslan y definen un argumento. Un trabajo hecho con gran cuidado y organicidad, que se articula en once secciones, dedicadas a la “Tradición”, “Historia y Mitos”, “Contestación”, etc...

El libro se cierra con una bibliografía evoliana que es la más completa publicada hasta el momento, porque no se limita a enumerar los libros y ensayos del autor, sino también sus principales estudios dedicados a su obras. Por eso, estas Citazioni, constituyen una excelente introducción a Evola y un útil comienzo para su lectura.

Dos cartas inéditas de Adriano Romualdi (II)

Dos cartas inéditas de Adriano Romualdi (II)

 


 

[Carta manuscrita en dos caras de folios separados. En impreso con el encabezado “Casa editrice Edizioni del Solsticio – Roma” ]

 

 

Roma 4 de julio de 1967

 

Querido Emilio,

 

Perdona mi largo silencia debido a razones técnicas: los exámenes, que me han absorbido cada hora de las últimas semanas. Ahora soy de nuevo un hombre libre y puedo ocuparme de otras cosas. Lo primero que he hecho ha sido llevar las 60.000 liras a Volpe. Ha sido dura, para hemos logrado vender esas malditas 300 copias (en menos de tres meses). Mi mayor agradecimiento es para ti que has cumplido perfectamente con tu parte. Ahora se necesitaría vender al menos otras 150, pero lo gordo está hecho. En este punto quisiera pedir al viejo (al que aún no he visto, porque estaba en Romaña), de hacerme imprimir rápidamente otro cuaderno. Hay que escribir a Saint-Loup (lo que haré hoy mismo), y traducir las 20 páginas de Les Heretiques (1). Lo tendremos hacia fin de mes.

 

Tendremos un próximo encuentro: aún no sé cuándo. Por el momento no puedo moverme de Roma. El libro escríbelo, no seré avaro en palabras a la hora de recomendarlo a Volpe.

 

¿Has visto al alborozo de Michelini en Sicilia? “¡Hemos ganado!”. Por desgracia nuestra base no tiene la fuerza de rebelarse contra las mentiras. Lo más bonito es que ahora los missinos se sienten de repente más israelitas que los judíos.

 

Verdaderamente dudo de la inteligencia del “neofascista medio”. Es esencialmente un ignorante, que tiene una concepción nostálgica y emotiva del “fascismo” (el del Ventenio), y no tiene ninguna educación política –por no hablar de la ideológica. Esta pintoresca confusión mental se encarna perfectamente en ese obsceno periódico que es L´Orologio, documento de las veleidades de algunos cincuentones que quieren “exponer nuevas ideas”, cuando, por el contrario, no tienen ninguna. Pero de hoc satis.

Si quieres que L´Italiano se entregue a algunos de tus amigos, manda el nominativo a la señorita Carla de Paoli, vía Cacciapiatii 4, Novara. Y ella se ocupará de todo.

 

Dame noticias tuyas y perdona de nuevo mi demasiado largo silencio.

 

 

Adriano

 

 

 

P.D: Sigo escribiendo en papel timbrado del “solsticio”, el único beneficio que hemos

ganado de la casa editorial y lo único que aún resiste.

 

P.S: continuo a scrivere su carte del “solsticio”, l´unico guadagno della casa editrice e l´unica cosa che ancora resita

 

 

 

(1) Saldrá el segundo de los “Quaderni Europa” titulado I voluntari europei delle Waffen SS, de Saint-Loup, Editor Giovanni Volpe. Aparecido en octubre de 1967, este fascículo tendrá una enorme difusión y dará lugar a extravagantes y curiosas hipótesis de ciertos “cazadores de brujas” (lésae Furio Jesi). Sobre esto se podría escribir una medio novela… y no he digo que no se vaya a hacer.

 

 

 

 

 

 

 

Dos cartas inéditas de Adriano Romualdi (I)

Dos cartas inéditas de Adriano Romualdi (I)

Artículo aparecido originalmente en la revista Arthos, nº 3-4 de la nueva serie (enero-diciembre 1998)

Nuestros lectores no tienen necesidad de que se les hable de nuevo sobre la personalidad y la obra de Adriano Romualdi (1940-1973). Desde hace poco tiempo estamos en posesión de un rico epistolario que mantuvo, entre 1967 y 1971 (los años cruciales de la Contestación y de nuestra juventud universitaria), con un muy querido amigo genovés que tuvo una vida agitada y turbulenta y desgraciadamente también murió hace poco en trágicas circunstancias, Emilio Carbone (1946-1996). Adriano y Emilio se conocían desde mediados de los años sesenta y se originó de su relación de amigos, de la militancia en el FUAN (1) y del compromiso político contracorriente, siempre y toada circunstancia, aunque aparezca encuadrado en las estructuras de los partidos y de los grupos de la Destra de la época (2). Por las sugerencias “epocales” que presenta, por la cantidad de noticias que ofrece y sobre todo por las notables anticipaciones y previsiones políticas, esperamos poder publicar algún día por entero o en antología estas cartas de Adriano Romuldi. Por el momento ofrecemos este retal a los lectores de Arthos.

Renato del Ponte

[Carta manuscrita en tres caras de tres folios separados. En impreso con el encabezado “Casa editrice Edizione del Solstizio – Roma”]

Roma, 20 de abril de 1967

Querido Emilio,

Te agradezco el compromiso de que deseas asumir con Los hombres y las ruinas. No seré yo quien te repita los méritos del libro. Me basta decirte que lo considero fundamental para encuadrar una gran cantidad de problemas, una especia de manual de la política, y por eso muy útil especialmente para nuestros elementos más jóvenes, que son casi todos principiantes.

Ahora tengo una pequeña novedad: el primer cuaderno de nuestra colección Europa (40 páginas, portada en brillo con cliché rojo y negro, formato de bolsillo, precio de la portada 300, pero precio real de venta, 200 liras) (3). ¿Podrías difundir cincuenta copias en Génova? A 200 liras no debería ser nada excepcional.

Yo continuo a hacer de “conferenciante” semanalmente: también he estado en el círculo “L´Orologio”, pero debo decirte que quedé muy desilusionado del tipo de gente que hace este periódico. Qualunquisti (4), patrioteros, pequeños burgueses de izquierda que no admiten que se hable de Europa, de Estado, como voluntad superior a la esfera económica, de raza, etc. Además confusos y bastante ignorantes. No se puede ignorar su honestidad personal y la buena voluntad, pero está claro que eso no basta.

Nuestro amigo Lombardo ha desaparecido de forma poca gloriosa. Lucio Chiarsissi, el director de L´Orologio, me ha dicho que se ha refugiado en Catania presa de un agotamiento nervioso, debido al contraste entre sus posturas y la realidad de las cosas y de las personas (5).

Sé directamente que aquí en Roma no se lo ha tomado nadie en serio (excepto yo mismo, al principio) y para colmo dio una imagen mezquina en una reunión donde se dejó insultar sin reaccionar por los de Ordine Nuovo. En el fondo siento que había quemado así sus cartas porque tenía alguna buena idea y si hubiera tenido paciencia habrían podido servir para algo. Por otro parte para mí estaba descontado desde el inicio que las cosas terminarían de este modo. Desde hace dos años voy diciendo que lo único posible sería reunir en cada ciudad núcleos sólidos de 10-20 personas, para tener una fuerza juvenil seleccionada de un centenar de elementos. Pero como sabes en nuestro ambiente la fantasía y las ambiciones son grandes, la capacidad de trabajo y de disciplina poca. Preparémonos para asistir al último acto, que tendrá lugar los próximos años: el naufragio del MSI, el naufragio aún menos glorioso de los diversos “Órdenes Nuevos” y “Orlogi”, que intentarán hacer un partidito sobre los huesos del MSI, con todavía menos fantasía, y todavía menos capacidad política. Al menos Michelini y Tripodi, aunque sea en el plano de la delincuencia, tienen capacidades efectivas... Espero saber de ti pronto y te envío, entre tanto, mis más sinceros saludos,

Adriano.

(1) FUAN: Fronte Universitario d´Azione Nazionale. La asociación universitaria del MSI.

(2) Por cuanto nos consta, la única ocasión en la que A. Rotulado cita en algún escrito a Emilio Carbone es ésta: “recordará el genovés círculo Drieu La Rochelle, de Emilio Carbone, que fue uno de los más vivaces centros de difusión de ideas a nivel juvenil” (recensión de Socialismo, Fascismo, Europa de P. Drieu La Rochelle, en L´Italiano, 15 de noviembre de 1968)

(3) El primer cuaderno de la “mítica” serie de la Collezione Europa, salió propiamente en abril de 1967 en Ediciones Volpe. Con la reedición de Los hombres y las ruinas, constituyó el punto de partida, o de represa, de la nueva Destra radical, la de los jóvenes nacidos en la inmediata postguerra. El fascículo que se titulaba Oltre il nichilismo: l´Europa e il nuovo-ordine, incluía aforismo de F. Nietzsche sacados de La voluntad de poder.

(4) “Qualunquisti”: el término hace referencia al movimiento, posteriormente convertido en partido político, italiano de finales de los años 40, l´Uomo qualunque. Sin base ideológica definida, pretendía solucionar los problemas con una vacía crítica al sistema democrático y propugnando un difuso autoritarismo. El término permanece en el lenguaje político con una acepción negativa refiriéndose a un posicionamiento crítico de opiniones simplistas, tendencia conservadora y vacío ideológico (N. del T).

(5) Antonio Lombardo, que había tomado una posición a favor de las primeras sublevaciones estudiantiles francesas, será expulsado de Ordine Nuovo en 1968 por “desviacionismo” (caso único en la historia del grupo). Después de varias vivencias terminaría como colaborador y secretario de Andreotti... Sin embargo a él debemos un lúcido ensayo de 1964 sobre Evola: “La funzione delle minoranze e l´opera di Evola”, en Ordine Nuovo, X 5-6 (junio-julio 1964), pp. 24-36 y, posiblemente, aunque no esté indicado, una entrevista a Evola un poco anterior: “A colloquio con Evola” en Ordine Nuovo X, 1-2 (enero-febrero 1964), pp. 8 y ss.

Conferencia sobre Adriano Romualdi

Conferencia sobre Adriano Romualdi

“La perspectiva de una Tradición europea en el pensamiento de Adriano Romualdi”

Intervendrán: Prof. Renato del Ponte y Ernesto Roli.

Domingo 29 de abril de 2007. 16.00h.

Organiza: Círculo “Idee in Movimento”.