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Un recuerdo de Adriano

Un recuerdo de Adriano





CIVILTÀ núm. 2 – septiembre-octubre 1973
Era el mes de noviembre del 55. Había recibido del entonces Presidente de la sección romana de «Giovane Italia» el encargo de ocuparme de las afiliaciones. Una tarde el hombre de confianza del instituto clásico de segunda enseñanza Giulio Cesare, se presentó en la sede acompañado de dos muchachos jovencísimos, que querían afiliarse.
Les entregué los formularios de adhesión y los dos jóvenes, conscientes del acto que estaban cumpliendo, lo compilaron en silencio.
Leí los nombres: «Alfredo De Marzio» uno, «Adriano Romualdi» el otro.
De esta manera conocí Adriano.
En las semanas que precedieron nos dimos cuenta todos que no estábamos tratando con  los habituales «hijos de papa» y que el aire de suficiencia con el que nosotros los «estudiantes de bachillerato» acogíamos a los «chavales» del instituto de segunda enseñanza estaba, en este caso, absolutamente fuera de lugar.
Adriano, que entonces contaba la edad de quince años, se encargó del periódico del Instituto. Se llamaba Creer la hoja informativa de en el «Giovane Italia» en el Guilio Cesare y fue un instrumento de presencia política serio, comprometido y valiente, que en pocos meses monopolizó la totalidad del ambiente estudiantil, de aquel importante instituto de la Capital.
Contemporáneamente, del casi cotidiano contacto entre el centro y los núcleos de instituto, nació con Adriano una sólida amistad que habría durado ininterrumpidamente hasta aquel desventurado 12 de agosto del 73.
De cuanto lo que nos ha dejado Adriano, todos, necesariamente, hemos recordado la figura y la función de auténtico exponente de la cultura de Destra. Era ciertamente un intelectual, en el sentido más noble y vasto de la palabra.
No existía ensayo, artículo, conferencia de Adriano Romualdi de la cual no fuera posible recoger, junto a una verdadera mina de datos, de referencias, de apropiadas citas, un continuo algo más, que manaba directamente de él, y que transformaba aquel ensayo, aquel artículo, aquella conferencia en una semilla, político y cultural al mismo tiempo, lanzada en el corazón de quien leía o de quien escuchaba y que Adriano deseaba íntimamente que germinara.
En este sentido Adriano era un Maestro. Porque suscitaba el interés, movilizaba las pasiones, estremecía la inteligencia.  
No me corresponde a mí, desde este púlpito (y no estaría a la altura) recordar Adriano Romualdi como docente universitario, historiador, ensayista, escritor político de renombre y ampliamente apreciado.
Yo quiero desde aquí recordar que Adriano se sentía íntimamente, profundamente un «legionario».
Era, personalmente, un valiente.
Los enfrentamientos con los grupos subversivos frente a las escuelas romanas, las manifestaciones estudiantiles en recuerdo de la invasión de Hungría en el 56, las sucesivas luchas en la Universidad, vieron a menudo, un protagonista sereno y determinado, Adriano Romualdi.
Entre los muchos, quiero recordar un episodio, sucedido en la Universidad romana, del que fui testigo.
Era en el año 59 o en 60 no lo recuerdo bien. En la facultad de derecho una mañana llega un camarada y nos dice que en Físicas, los comunistas, después de haber agredido a uno de los nuestros, están distribuyendo octavillas con las que invitan a los estudiantes a «expulsar a los fascistas de la Universidad».
Un grupo de siete u ocho nos dirigimos hacia la facultad de Física. Estamos indecisos sobre la acción a seguir.
Delante a la facultad de Letras se encuentra Adriano. Dos palabras a modo introductivo; guarda las gafas y se une a nosotros.
Llegados al lugar de encuentro, nos dimos cuenta que la relación numérica estaba claramente en contra nuestra.
Nos sobrevino un momento de incerteza.
Adriano, tranquilo, con su calma habitual de siempre, nos dice en voz baja: «llegados a este punto, ya estamos aquí: ¡vamos chavales!».
En un momento; empiezan a golpearnos aquellos que distribuían las octavillas; el choque es muy duro, pero el factor  sorpresa nos favorece y los subversivos se dispersan.
Las octavillas son recogidas, amontonadas y quemadas. Una gran hoguera y, la sucesiva llegada de la Policía, cierra el episodio.
Los contendientes se dispersan.
Adriano, que mientras tanto se había vuelto a poner las gafas, de vuelta delante a su Facultad, me preguntó: «¿Me necesitáis todavía?» y, verificando una vez más que todo haya acabado, entra en la Biblioteca Alessandrina, donde habitualmente se encerraba durante enteras jornadas.
De esta manera, sin añadir nada más, con modestia, con la naturaleza que caracteriza a quien tiene una límpida visión de la propia vocación y de los propios deberes, se comportaba en toda ocasión Adriano Romualdi.
Llegaron los años del alejamiento de un cierto mundo juvenil del Partido (1). Y Adriano, no obstante conservara siempre la más absoluta (casi obstinada) fidelidad al Movimiento, siempre se mantuvo cerca nuestro, con frecuentes visitas, con colaboraciones políticas y culturales, con escritos, con conferencias.
Y mientras tanto su preparación política, y su peso cultural, crecían y se consolidaban.
En aquella época nos veíamos a menudo en la Asociación Italo-Alemana, donde Adriano profundizó sus conocimientos de lengua alemana (determinante para sus estudios sobre la historia moderna de Alemania) y donde también conoció a su esposa, que en aquella asociación impartía cursos de enseñanza.
Fue en otras sucesivas ocasiones que durante larguísimas y apasionadas discusiones acerca de «nuestras» perspectivas, acerca de qué hacer por nuestra parte, sobre la búsqueda de las «vías de escape» de un inmovilismo político y cultural que (al menos así nos parecía) marcaron la acción de nuestro ambiente en aquellos años.
Adriano aportaba siempre, en estos casos, con la ayuda de su grand capacidad de elaborar lúcidos análisis, responsables valoraciones y agudas aperturas hacia el futuro.
Y todo esto, como era en lo más profundo de su carácter, marcado siempre por la aprobación de una Fe que en Adriano era – quisiera decir – una realidad a priori, no conocía perplejidad, momentos de vacilación, ningún tipo de pesimismo.
Cuando en 1969 nuestro grupo volvió ha entrar en el Partido, Adriano nos manifestó toda su grande satisfacción; y las colaboración nunca interrumpida, se hizo más intensa y fecunda. 
Adriano escribía ensayos y opúsculos para el «Centro del libro» que por su parte los  difundía junto con otras obras que Romualdi había publicado con diversas casas editoriales.
No existía ciclo de conferencias o curso de preparación política que no vieran Adriano entre los protagonistas más escuchados y admirados.
El discurso de entendimiento entre nosotros, ya desde casi hacía veinte años, continuaba . De nuestra relación de aprecio y camarada entendimiento nosotros éramos los que mayor beneficio sacábamos.
Durante la campaña electoral para las «regionales» del 1970, yo debía tener en la misma tarde dos mítines en la provincia de Roma, uno en Pomezia y el otro en Ardea.
Adriano se ofreció espontáneamente a acompañarme y de hablar junto a mi.
En Pomezia la gente, que en los carteles había leído y le había llamado la atención el apellido Romualdi (que en aquella zona quiere decir políticamente muchísimo) se quedó un poco desilusionada al ver que ante el micrófono, en lugar de Pino Romualdi, estaba hablando un joven desconocido.
Pero fue un momento. Adriano, con aquella forma suya de habla pausada, precisa, documentada y razonada, pero al mismo tiempo capaz de pasajes apasionados, conquistó con unas pocas frases el auditorio.
Los oradores democristianos, que habían hablado desde aquel mismo palco inmediatamente antes que nosotros, fueron literalmente ridiculizados.
Cuando, llegados casi al final del acto, un desfile de coches con banderas rojas llegó a la plaza (se estaba preparando un mitin comunista). Adriano supo encontrar la justa expresión y el justo tono para desencadenar el entusiasmo del público y para hacer cesar de repente el ridículo grupo de trapos rojos.
Terminado el mitin, que para él supuso un auténtico triunfo, mientras en el coche nos llevaban hacia Ardea, Adriano había ya «superado» el episodio (que para muchos habría supuesto una gran satisfacción a comentar largamente) y se ocupó de mis modestos recursos culturales hablándome de su último estudio sobre antigua simbología indo-europea...
Así es como recuerdo yo Adriano Romualdi.

Giulio Maceratini (*)
 
(1) Se refiere al Movimento Sociale Italiano (MSI)
(*) Giulio Maceratini (Roma, 13 febrero 1938) és un político y abogado italiano exponente del Movimento Sociale Italiano-Destra Nazionale, de Alleanza nazionale y parlamentario.
Fue discípulo del filósofo Julius Evola. Próximo, en el MSI-DN, a las posiciones de  Pino Rauti, en 1991 fue sin embargo uno de los artífices de la vuelta de Gianfranco Fini a la guía del partido, después del paréntesis del mismo Rauti. En los años 70 ha sido dirigente del Centro Nazionale Sportivo Fiamma.
Ha sido diputado, elegido en el colegio di Roma, en la IX, X, XI (1983-1994) y, después dos mandatos en el Senado, en la XIV legislatura (2001-2006).
Ha entrado en sustitución en el Parlamento europeo en junio de 1988, después de haber sido candidato en la elecciones europeas de 1984 por las listas del MSI, adhiriendo al grupo de Destre europee.
Ha sido elegido en el Senado de la República en la XII y XIII legislatura, durante las cuales ha sido presidente del Grupo parlamentario de AN.
Forma parte de la Dirección nacional del partito de Fini. (Wikipedia)

 

 

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