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Adriano Romualdi: Del Mito ario de Europa al nuevo nacionalismo militante europeo

Adriano Romualdi: Del Mito ario de Europa al nuevo nacionalismo militante europeo

 



Ya han transcurrido treinta años de aquel infausto día de agosto de 1973, en el que nos abandonó traumáticamente Adriano Romualdi. Un vulgar accidente de automóvil nos dejó a todos, huérfanos de su magnífica presencia. Una trágica circunstancia que nos negó el privilegio de poder continuar creciendo y madurando nutriéndonos de su fuerza, de su sensibilidad, de su coherencia y de su intransigencia. Una auténtica desgracia para todo nuestro mundo.
 
Apenas han pasado treinta años, y no obstante parece que haya transcurrido una eternidad, tantos han sido los hechos y acontecimientos -de  buena  mala fortuna- que han intercalado esta separación.

Los escenarios políticos han cambiado, irrevocablemente; transformada asimismo la sociedad, el mundo entero está cambiando gradualmente y la realidad que se perfila en el horizonte no es precisamente de las mejores.

También “nuestra” fracción del mundo, el considerado “ambiente”, ha sufrido -en el transcurso de esto años- su propia transformación y también en este caso no parece que haya cambiado, a pesar mío, para mejor. Esto es lo que me horroriza.

El destino -burlón como siempre con nosotros-  ha demostrado no querernos bien privándonos de Adriano. ¿Quizás para poner a prueba nuestra capacidad? Dejando el destino aparte, rendimos honores legítima y justamente a aquel al que hoy podríamos calificar perfectamente como “maestro de vida”, pero no para conmemorar  -lo que sería bastante pobre y sobre todo injusto- sino más bien para evocar una presencia y un estilo que, en la memoria de la comunidad, no nos ha abandonado. La conmemoración es un acto debido, sin embargo la evocación es un acto querido, profundamente querido, así que la preferimos a la primera, sin menospreciar la devoción que  pueda embellecerlo.

Eran de esperar numerosas iniciativas con ocasión de este importante aniversario a los treinta años de su desaparición; sin embargo  nos hemos visto costritos a una superficial “distancia” que no permite prometer nada de positivo. Por lo tanto, aún más loable nos parece la generosa tenacidad manifestada por los camaradas de la Asociación Cultural Raido, en la voluntad, obstinada, de dar vida y alma a este convenio sin preocuparse de la eventualidad del éxito o no de la iniciativa, con la que damos testimonio coherentemente del vínculo a la fidelidad; y esto, en los tiempos que atravesamos, ciertamente no es poco.

Volviendo a Adriano Romualdi podemos decir que es una figura central para todos los que se aventuran en el difícil examen de las características que el radicalismo de Destra de derivación neofascista ha asumido, por su propia heterogeneidad y multiplicidad, desde los años sesenta en adelante. En el radicalismo de Destra incluimos el amplio ambiente del  MSI  de entonces (del cual el padre de Adriano, Pino Romualdi, fue cofundador y  continuó desarrollando importantes funciones directivas) y en el que como partícipe en la vida política de la más consciente formación neofascista, Romuladi criticaba ásperamente la línea legalitaria-moderada de la entonces secretaría Michelini (periodo que fue después definido con la expresión “estancamiento” micheliniano).

Por lo tanto podemos hablar de radicalismo, no sólo en la acepción evoliana del término, sino también como categoría comprensiva de toda el área neofascista que se agitaba en el escenario político de los años 60/70.

Un espacio político que ofrecía muchas claves de lectura, diferenciaciones y matices, a menudo contradictorios en algunos temas, que iban desde el análisis sobre política exterior, pasando por la cultura y las costumbres, cuestiones institucionales, hasta la definición de “sí mismos”. Es decir la lectura que los militantes neofascistas, aunque sería mejor definirlos como nacional-revolucionarios (definición correctamente adoptada por los pertenecientes a las facciones más radicales), tenían de sí mismos, con el fin de poder explicar y justificar su existencia, su presencia política y su papel de sujeto animador y cultural. Una exigencia de identificación que tenía también en cuenta la lógica filiación de los movimientos comprometidos con la derrota de 1945, pero que no quería permanecer oprimida por su pesada herencia.

En este clima de heterogeneidad, tensiones idealistas y antinomias surge la estatura intelectual y política de Adriano Romualdi que hará suya esta exigencia de identificación aportando su propia contribución interpretativa, en gran parte –aunque no solamente- mediante  el estudio del pensamiento de Julius Evola  gracias a la recíproca estima y consideración que lo acercaba al barón.

Entre las colaboraciones tanto en el ámbito misino como en el colateral de marcada impronta nacional-revolucionaria  -como es el caso del Centro de Estudios Orden Nuevo o con iniciativas político-editoriales de naturaleza tradicionalista-radicales como las Ediciones de Ar- se manifiesta la voluntad de Adriano Romualdi de rectificar el ámbito teórico-doctrinal interviniendo en la reflexión doctrinal y en la elaboración de universos ideológicos inherentes a una Weltanschauung tradicional, que debería haberse traducido en una concreta actividad política y haberse caracterizado como una radical alternativa a la praxis de negociación y compromiso típico de la entonces directiva misina. Uno de tantos ejemplos de esta elaboración teórica, lo encontramos en el contenido de un escrito dedicado a la correcta definición de El Estado del Orden Nuevo donde surgía bien evidenciada una aplicación de principios orgánico-tradicionales a una práctica formulación de ordenamiento institucional. Naturalmente en el provechoso empeño de Adriano Romualdi no podía faltar una toma de posición perteneciente al periodo indicado de la experiencia fascista, sobre todo por los reflejos que continuaba teniendo en la confrontación de colores que, también aunque sólo sea emotivamente se habían hecho pesados y repetitivos.

Una reflexión que no podía dejar de tomar nota del análisis que Evola había dedicado a la relación entre una “verdadera Destra tradicional” y el fenómeno fascista, después concretizado en la obra El fascismo visto desde la derecha.

En tal análisis se reasumía en la visión del fascismo como respuesta viril de reacción a la crisis de la Modernidad y ante la incipiente subversión bolchevique. Un conjunto de valores jerárquicos, heroicos e ideales que a través del combate actuaron como superior Idea formadora y animadora capaz de sustraerse al devenir histórico y favorecer así la aparición del Mito basado en la Idea del Estado, una especie de salida del ciclo de decadencia de la Civilización. Un análisis que se detenía en las diferentes “componentes” del humus fascista, y mucho menos en aquellas, entendidas como residuo populista, de matriz sindical que no interesaban ni siquiera mínimamente ni a Evola ni a Romualdi. De hecho, las vivencias del  periodo de la RSI fueron releídas a la luz de una interpretación combatiente-legionaria que ensalzaba el motivo de la justa salvaguarda del honor nacional violado, pero omitía conscientemente el debate relativo a la llamada “socialización” sobre la que el propio Evola había expresado, la mayoría de las veces, su propio, drástico y categórico juicio negativo. En suma éste era uno de los problemas más sentidos en el imaginario colectivo del neofascismo misino o no. El fascismo, y su vinculación a la RSI y a la socialización a ella atribuida, sufría el severo de esa componente del radicalismo de Destra que reclamándose en los valores de la Tradición se presentaba como un sujeto político irreconciliable no sólo con los estrechos escenarios políticos de la postguerra, sino también con una modernidad que estaba caminando directamente hacia la vía de la decadencia.

Podemos comprender cómo se elevó la estatura de Adriano Romualdi, pensador no conformista, no sólo por las temáticas que llegó a desarrollar,  frente a una derecha que por una parte braceaba en los pantanos del pequeño cabotaje parlamentario sin respiro, y por la otra que -para superar las dificultades estructurales- agitó reclamos emocionales y consoladores referidos a los buenos tiempos ya pasados, y de esta manera provocar la nunca adormecida vena nostálgica. A su vez la derecha no oficial, esto es, la “menos presentable” se esforzaba  -también con inteligencia- tratando  de enriquecer su propio bagaje político-cultural con corroborantes sorbos sacados de la fuente evoliana, no perdía la ocasión de emocionarse con la idea de los “nuevos centuriones” cuya llegada habría restablecido el Orden (el…nuevo, se entiende).

A Adriano Romualdi el literato -pero no sólo- le haríamos flaco favor si no evidenciásemos, a igual mérito, su virtud militante a la par de la virtud intelectual, la plenitud para ser tal exige que las dos vías, la de la contemplación y la de la acción, se entrecrucen generando una fecunda unión, y en Adriano Romualdi esta unión fue particularmente feliz: hombre de acción y al mismo tiempo hombre de pensamiento, un “hombre nuevo”, o sea, un auténtico arya, un nacido dos veces.

Un arya, de buena sangre, que no quiso apartar su propio pensamiento de la patria continental, la tierra de los padres, de su y de nuestra gente, la del común legado racial y de su historia tan dentro del corazón de Adriano Romualdi.

He aquí lo que nos llega por la plena nitidez y  sabia evocación de Adriano Romualdi, la imagen de Europa, el mito de Europa en toda su potencia. La Europa que, aún hoy, retumba proezas de nuestros antepasados arios y que ha sido revelada, como en una poesía, en unas de las páginas más bellas por él compuestas. Mito europeo  que se liga indisolublemente a la conciencia del inevitable crepúsculo de Occidente, un crepúsculo que pesa como la lápida de una tumba, y que ya fue anunciado por Oswald Spengler y por una vasta literatura de crisis, mayoritariamente de origen germánico, bien conocida por Adriano Romualdi.

Un crepúsculo anunciado hace tiempo, que manifiesta  todo su dramatismo en los días posteriores a la catástrofe política y militar de 1945, cuando los combatientes de la Nueva Europa, las vanguardias manifiestas de aquella nueva jerarquía de los rangos, auspiciada por Nietzsche y casi realizada por Hitler -quien había dado el verdadero contenido al “milagro” de un Nuevo Orden europeo- capitularon, cayendo en la mordaza de las tenazas americano-bolcheviques.

Un diabólico lazo que no acaba de estrangular el cuello de Europa y que amenaza con ahogarla después de haberla aturdido bajo los golpes de una incesante propaganda debilitante: democrática, progresista, igualitaria y cosmopolita.

Contra esta abominación se alzó con fuerza el llamamiento de Adriano Romualdi, dirigido al área del radicalismo de Destra y también hacia los “buenos europeos” de modo que abrazasen la batalla europeísta por medio de un nuevo nacionalismo militante europeo que renovando las arcaicas y ancestrales raíces culturales y por lo tanto raciales de la Europa de los orígenes, encontrase las motivaciones superiores para legitimar su acción política. La Europa a la que se refiere Adriano Romualdi no es cierto que sea la “vieja prostituta que ha copulado en todos los burdeles y que ha contraído todas las infecciones ideológicas” tácitamente estigmatizada por Franco Freda en La desintegración del sistema. También en la polémica con la derecha burguesa y conservadora, Romualdi delinea las referencias partiendo y basándose en Platón y añadiendo a Gunther, pasando por Nietzsche: su fundamento espiritual, su patrimonio moral, también su titanismo prometeico y los anhelos faustianos y guerreros armonizados en aquel organicismo sacral hecho de vínculos autoritario-sacrales y jerárquicos. Europa es una visión del mundo, un sano sentido de pertenencia a la raza blanca, la aceptación viril y consciente de una Tradición de origen indoeuropeo, de valores cualitativos, aristocráticos que desde la civilización clásica de la Hélade han llegado hasta nosotros. Esto nos hace comprender por qué Adriano Romualdi  manifestó declaradas simpatías hacia la Alemania nacionalsocialista, a su modo de ver –y también al nuestro-, el único gobierno europeo que poseyó tal conciencia. Así pues para Adriano Romualdi el mito europeo debe dar contenido  concreto  del nacionalismo europeo del futuro, que habría encontrado en los valores de la sangre, de la etnia, del enraizamiento en la tierra de los padres, en el culto de los antepasados la fuerza para alimentar la lucha. Para afirmar, al mundo entero y contra el sentido de la historia impuesto por los vencedores, la realidad viva de Europa-Nación. También esto ha sido parte del gran sueño que Adriano Romualdi ha tenazmente testimoniado durante su breve existencia, y que ha querido transmitirnos. ¿Hemos estado todos, las generaciones pasadas y presentes, a la altura de tales tareas, de tales enseñanzas? ¡Probablemente no!  Si hoy, nos acercamos a Adriano Romualdi, a su persona, a su pensamiento, con respeto y pudor no podemos no lamentarnos de esto. Alguien, en el pasado, lo definió como nuestro “hermano mayor”, y ciertamente es una bella imagen, conservémosla. Él es parte importante de nuestra familia.


Maurizio Rossi



El presente texto forma parte de la intervención de Maurizio Rossi en las actas del Convenio de estudio sobre la figura y la obra de Adriano Romualdi, en el  trigésimo aniversario de su desaparición, en Roma el 15 de noviembre del año 2003, organizado por la Asociación Cultural RAIDO y publicadas por la misma patrocinados por el Presidente de la Región del Lacio, el Ayuntamiento del II Municipio de Roma y la Fundación Julius Evola.

 

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